Vale comenzar con el más reciente largometraje de la directora, que continúa con su interés ético, estético y temático sobre las infancias en el México rural, ya explorado en Noche de fuego. El Eco se sitúa en el pequeño pueblo homónimo, donde niños aprenden a coexistir con un mundo natural bello y a la vez trágico e inclemente.
El primer largometraje de la cineasta se sitúa en la Cinquera, en El Salvador, un pequeño pueblo arrebatado a sus habitantes durante la guerra civil, y al que los sobrevivientes han regresado para reconstruir sus vidas. Ya en 2011, El lugar más pequeño era una demostración de la forma de hacer cine de su directora: un viaje por las historias dolorosas de las víctimas de una sociedad rota, que desde la empatía logra capturar sus alegrías, esperanzas y su valor para encarar vidas que cambiaron para siempre.
Tempestad es, posiblemente, la más conocida de las películas de Tatiana Huezo, ganadora de cuatro premios Ariel (incluidos Mejor dirección y Mejor largometraje documental), además del premio del público en el Festival de Morelia de 2016 y una nominación al Goya. En el documental se entrelazan las devastadoras historias de dos mujeres: Miriam Carbajal, encarcelada por un crimen que no cometió; y Adela Alvarado, cuya hija desapareció e intenta encontrarla. Aunque presentadas cada una de manera distinta –la primera, con una narración en off que le brinda una textura casi de ficción surrealista–, ambas retratan la perseverancia de dos mujeres, madres, ante el México corrupto y machista.
Con Noche de fuego, Huezo incursiona en la ficción, con un guion escrito por ella e inspirado en la novela Ladydi (Prayers for the Stolen) de Jennifer Clement. Sin embargo, la cineasta mantiene la temática de la vulnerabilidad de las mujeres en los rincones más remotos de México, con padres ausentes y a merced tanto militares como narcotraficantes. La historia es contada desde la mirada inocente de una niña, Ana, quien poco a poco aprende sobre la dura realidad que le espera con la llegada de la pubertad.