‘Bardo’, entre el virtuosismo, la vanidad y la autocompasión ‘Bardo’, entre el virtuosismo, la vanidad y la autocompasión

‘Bardo’, entre el virtuosismo, la vanidad y la autocompasión

‘Bardo’ ve al director mexicano Alejandro González Iñárritu de vuelta en México en una exploración sobre la identidad mexicana, la migración, el éxito y la familia

Lalo Ortega   |  
1 noviembre, 2022 5:59 PM
- Actualizado 7 noviembre, 2022 10:14 AM

Desde su estreno en el pasado Festival de Venecia, Bardo, o falsa crónica de unas cuantas verdades ha sido rodeada de calificativos como “la película más personal” de su director, el mexicano Alejandro González Iñárritu.

Es “su 8 ½”, dicen algunos, aludiendo a la comedia surrealista metaficcional que el italiano Federico Fellini estrenó en 1963 como su “octava y media película”, en la que un renombrado cineasta padece de bloqueo creativo para su siguiente trabajo, mientras lidia con sus conflictos personales, del pasado y del presente.

La comparativa es un lugar común, pero no está equivocada. Bardo, incluso, también comienza con un hombre en el aire, intentando mantenerse a flote (¿o será que lucha por mantener los pies en la Tierra?). Y, al igual que el director italiano con el actor Marcello Mastroianni en 8 ½, González Iñárritu tiene aquí a su álter ego fellinesco en Daniel Giménez Cacho.

El actor interpreta aquí a Silverio Gama, un aclamado periodista y documentalista muy reconocido en los Estados Unidos. Luego de ser nombrado acreedor a un prestigioso premio en el país del norte, Silverio decide visitar con su familia su país natal, México, en medio de una crisis existencial.

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Para quienes estén familiarizados con la historia de González Iñárritu, Silverio no es más que un delgadísimo velo con el que el director se ficciona a sí mismo (con ayuda de su ya coguionista de cabecera, Nicolás Giacobone). Alejandro, como Silverio, se inició en la publicidad antes de dar el salto al cine. Como Silverio, fue disparado a la fama por un único trabajo exitoso en México (Amores perros), para después irse y filmar el grueso de su obra en el extranjero. Se sabe que sus allegados llaman a Alejandro “El negro”, en alusión a su color de piel. Por la misma razón, Silverio es referido como “El prieto”, apodo peyorativo que le acompleja.

Bardo
Los repentinos pasajes surrealistas son la norma en Bardo (Crédito: Netflix)

Como nos deja ver Bardo en su discurrir, Silverio también es cuestionado por otros debido a su aparente preferencia por vivir en (y, según algunos, trabajar para) los Estados Unidos en vez de México, un ocioso lugar común expresado por periodistas, críticos y otros comentaristas a lo largo de su carrera. El periodista ficticio se debate entre esta identidad dual, la de un hombre que no está aquí ni allá, como también siente que es el caso para su vida profesional y familiar.

A través de su película, González Iñárritu nos presenta las deambulaciones mentales de un hombre a través de sus múltiples facetas y contradicciones, logrando rastrear la genealogía de algunas de ellas hasta la relación de subordinación política y económica entre México y Estados Unidos, o la colonización indígena por parte de los españoles.

Por la naturaleza de su guión, la película está construida por una serie de anécdotas que echan mano del surrealismo y del realismo mágico, hiladas apenas por los pensamientos angustiosos del protagonista en los días previos a la prestigiosa premiación, en secuencias filmadas con un virtuosismo audiovisual formidable. Hay que decirlo, Bardo es una maravilla para los ojos.

Es una delicia visual de tal nivel, que es fácil sucumbir a sus meditaciones superficiales y a su desmedida y vanidosa autocompasión.

Bardo: sobre hacer victorias de (supuestas) derrotas

En una de las primeras secuencias de la película, Silverio se encuentra con un funcionario estadounidense en el Palacio de Chapultepec. En una de sus deambulaciones mentales (representada con un ludismo casi circense), el protagonista habla sobre cómo, a partir de la aplastante derrota del ejército nacional durante la intervención estadounidense en México, nuestra nación fue capaz de erigir uno de sus mitos más heroicos: el de los Niños Héroes.

Sólo los mexicanos, dice Silverio, son capaces de extraer una victoria así a partir de una derrota, como si fuese una habilidad casi exclusiva de la nacionalidad. Aseveración que, sumada a otra dicha por él mismo más adelante, ya nos dice mucho sobre Bardo.

“Mi mayor fracaso ha sido el éxito”, dice lastimosamente Silverio más tarde en el metraje, arrepentido por lo que ha sacrificado por una carrera de reconocimientos. La aplastante derrota no es ser acreedor a un prestigioso premio de periodismo (o dos Premios Oscar a Mejor director, si apartamos el velo de ficción) en una nación que desprecia y habita sino, al parecer, las contradicciones identitarias que ha padecido para lograr su cometido.

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Silverio se cuestiona nociones sobre la familia, el hogar y la procedencia como precio del éxito (Crédito: Netflix)

Silverio/ Iñárritu transcurre así la mayoría del metraje, andando por su propio laberinto de la soledad como mexicano, inmigrante, padre, esposo, cineasta y ciudadano privilegiado pero extraído de una sociedad desfavorecida, sin encontrar la salida o el sentido. “Podría ser demasiado mexicano para los estadounidenses, y demasiado estadounidense para los mexicanos”, se lamentó de sí mismo en Telluride. Al menos esa vez le tomó menos de tres horas decirlo.

A su afirmación sobre su gran fracaso, cierto personaje le responde que la vida no es más que una serie de acontecimientos sin sentido e imágenes idiotas, un hecho que aceptar y al cual rendirse. Pero, en Bardo, no es una gran revelación que abrazar, como sí podría serlo en una película de Fellini o en un cuento de Cortázar. Es algo que simplemente es dicho, y parece ser el fundamento para las imágenes de González Iñárritu que, si bien no son idiotas, sí acaban siendo pueriles.

Porque, ¿a dónde ir o hacia dónde dirigir la mirada cuando otros narradores ya escalaron la montaña y contemplaron el absurdo del universo? Alejandro González Iñárritu prefiere verse el ombligo y pensar que, quizá, era mejor no salir y que le cortaran el cordón. Pero vaya, tanta evocación derivativa de Fellini encantará a esa impresionable Academia que tanto lo premia y de la que él tanto rezonga. Ya lo veremos en los Oscar de 2023.

Bardo está en salas de cine mexicanas y llegará a Netflix el 16 de diciembre. Si quieres saber más de la película, ver el tráiler o comprar boletos, entra aquí.