‘Benedetta’: el cuerpo no es el enemigo ‘Benedetta’: el cuerpo no es el enemigo

‘Benedetta’: el cuerpo no es el enemigo

Dirigida por Paul Verhoeven, ‘Benedetta’ es otra digna entrada en la filmografía del provocador cineasta neerlandés.

Lalo Ortega   |  
21 enero, 2022 1:26 PM
- Actualizado 2 febrero, 2022 10:31 AM

“Una monja da placer sexual a otra usando un consolador hecho con una imagen de la Virgen”. La mera descripción de la escena, que sí sucede en algún punto del metraje de Benedetta –en cines mexicanos desde este 20 de enero–, es por sí misma lo suficientemente sacrílega para provocar los gritos furiosos de los religiosos más conservadores (su presentación en el Festival de Cine de Nueva York fue recibida por protestas de católicos y letreros que rechazaban a la “película blasfema de lesbianas”).

Sin embargo, cualquiera que esté familiarizado con la filmografía del cineasta Paul Verhoeven, sabrá que la blasfemia sólo era una herramienta más en un repertorio que incluye ironía, parodias, un delirante kitsch y violencia estilizada casi al grado de la caricatura, al servicio de películas que han despertado desde aplausos hasta escarnio.

Después de todo, este es el hombre que se mofó de la corporatocracia con RoboCop, que escandalizó al público con su representación de la violencia y el sexo con Bajos instintos, y satirizó el militarismo intransigente de Estados Unidos con Invasión (Starship Troopers). Las monjas católicas lesbianas sólo eran cuestión de tiempo.

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Y estas monjas se inspiran en acontecimientos históricos, documentados por la historiadora Judith C. Brown en su libro Immodest Acts: The Life of a Lesbian Nun in Renaissance Italy, La protagonista es Benedetta Carlini, monja católica que vivió durante el siglo XVII en un convento de Pescia, mientras la peste arrasaba con Italia. Durante ese tiempo, experimentó visiones de Jesús y mantuvo una relación con la novicia Bartolomea Crivelli.

En otras manos, esta historia se hubiera convertido en un drama de época centrado en su trágica figura protagónica y su amante, algo que hubiera recordado más a Carol. Pero bajo la óptica de Paul Verhoeven, Benedetta es una película que logra el complicado acto de equilibrismo entre el drama y la sátira, cuyas aspiraciones están lejos del puro retrato empático. Después de todo, ¿para qué más va a servir la deliciosa ironía de una Virgen hecha dildo?

Benedetta
Nada dice “Paul Verhoeven” como un consolador hecho con la Virgen María (Crédito: Tulip Pictures)

Dios está en el orgasmo

Por muy irónica y hasta divertida que resulte, cabe decir que esta clase de imagen blasfema tiene un precedente que, en su momento, también despertó la ira de los conservadores. Para quienes no la hayan visto aún, sólo digamos que Regan MacNeil de El exorcista algo sabe sobre crucifijos, y dejémoslo ahí.

El clásico de terror de William Friedkin, estrenado en 1973, era sintomático de una época de incertidumbre moral, en la que el optimismo de la década de los años 60 se había desvanecido para dar lugar al cinismo y la ambigüedad. El mal, el demonio, tenía orígenes abstractos, pero su presencia en el mundo era innegable.

Podríamos decir que, en su clave satírica, Benedetta es también una producción sintomática de su tiempo, en el que la misoginia, la pedofilia y la homofobia giran en torno a la iglesia. Es una película que pretende denunciar sus hipocresías como árbitro moral, al mismo tiempo que reprime a las mujeres (“tu cuerpo es tu enemigo”, dice una monja a la protagonista, aún niña, en su primer día en el convento). “No estamos vendiendo caballos”, reprocha la madre reverenda (Charlotte Rampling) al padre la niña, a pesar de que le exige una dote como quien comercia con ganado.

Porque Benedetta es más que el morbo alrededor del amorío lésbico de su protagonista (Virginie Efira), quien se afirma ante sus hermanas como “esposa de Jesús”, justificada por visiones tan grandiosas como violentas y sacrílegas. En una, Jesús le pide a la monja desde la cruz que lo desnude. En otra, más inocente, se le aparece en una colina como un pastor seguido de ovejas, del mismo modo en que Bartolomea (Daphne Patakia), hija de un granjero, llega ante ella al convento.

Una de las grandes fallas de la película es que las intenciones de su protagonista no quedan esclarecidas. Verhoeven deja claro que las visiones, al menos para ella, son bastante reales. Sin embargo, estas tienen repercusiones entre las hermanas al interior del convento, y ante la iglesia fuera de sus muros, desatando también un conflicto político eclesiástico, en el que la joven monja logra hacerse de poder como madre reverenda. ¿Para qué? Es un poco ambiguo.

Daphne Patakia en 'Benedetta'
No es Jesús, pero para Benedetta es un parecido razonable (Crédito: Tulip Pictures)

Sin embargo, es en este conflicto donde el guión (escrito a cuatro manos por Verhoeven y David Birke, su coguionista en Elle) comienza a dejar de manifiesto las dinámicas de género en la iglesia. Cuando una de las monjas intenta exponer a Benedetta como blasfema, es rápidamente silenciada por los miembros masculinos del clero, quienes sentencian que su ascenso a madre reverenda es la voluntad de Dios. Pero, “¿quién decide cuál es la voluntad de Dios?”, responde ella.

En otras palabras, para las mujeres en la iglesia católica, el camino es el de la sumisión y la resignación (o en su defecto, la muerte) por medio del dogmatismo, nunca el de la decisión, el poder y la autoafirmación. Benedetta es la excepción porque la iglesia lo permite para su beneficio.

Pero el camino de la monja protagonista no es el del dogmatismo sumiso. Desde sus minutos iniciales, la película pone en evidencia que su precoz inteligencia es equiparable a su devoción por Jesús. Sus visiones y la influencia de Bartolomea desafían su propio concepto de castidad.

De pronto, su cuerpo ya no es su enemigo, sino su arma. La naturaleza de la fe misma es puesta en tela de juicio, pues su conexión con la divinidad deja de ser dogmática (y ella, de hecho, entiende que la devoción de las masas puede ser usada a su favor). Por el contrario, es el placer lo que la conecta con su Dios.

Benedetta y RoboCop entran a un bar…

La monja lesbiana del siglo XVII y el robot policía de los años 80, tienen bastante más en común que haber sido dirigidas por Paul Verhoeven. Ambas comparten un tono satírico (claramente más exagerado por RoboCop que por Benedetta), equilibrado con los aspectos más dramáticos de sus respectivas premisas.

Pero en ambos casos, esos elementos de sátira no temen coquetear peligrosamente con la caricatura (y, en el caso del clásico ochentero, la hiperviolencia es tan exagerada que resulta grotesca y caricaturesca por partes iguales). Aquí no llegamos a esos niveles de explotación visual en el caso de la violencia, sino que Verhoeven la cambia por desnudez y sexo.

No debe sorprender, dado que Benedetta parece inspirada en el subgénero nunsploitation (nombre que viene de combinar la palabra en inglés para monja y explotación). Sin embargo, en una película que se propone denunciar la misoginia intrínseca de la iglesia católica, desnudar a las mujeres a la menor provocación resulta problemático y contradictorio.

Por lo menos, Verhoeven no encuadra a sus protagonistas desnudas con la lascivia que se asoma en Bajos instintos, sino que toma la distancia suficiente para que los actos sexuales, en vez de percibirse como explotación del morbo hacia ellas, sean retratos de mujeres que asumen su autonomía y su deseo.

Puede que sea más desnudismo del necesario, pero el exceso es una de las marcas distintivas de Verhoeven. Y, en lo que concierne a golpear los ideales de decencia sostenidos por una institución tradicionalmente opresora, quizá el exceso sea la única respuesta justa.

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