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En algunos países de Latinoamérica, el cadejo blanco es un ser espectral que se muestra por las noches, una especie de perro de gran tamaño que aparece para resguardar los pasos de viajeros, borrachos, o personas que transitan por los lugares solitarios. También existe el cadejo negro, aquel cuya misión es atormentar a los transeúntes.
A pesar de que la película dirigida por Justin Lerner, insiste en que nuestra protagonista es como el cadejo blanco del cuento, la realidad es que el personaje y su transformación, con facilidad transita entre los dos colores. La cuestión es que se trata de una metamorfosis necesaria. Aquella que resulta imperativa para sobrevivir.
“Ya me viste. No te puedes quedar, pero tampoco te puedes ir”, es tan solo una frase de las varias que podrían definir la angustia que transmite una película como Cadejo blanco. En general es una obra de denuncia que adentra al espectador al mundo alejado de la legalidad en una Guatemala salvaje. Pero por otro lado es un thriller de espionaje que sigue todas las reglas del género y logra reinventarse con ellas.
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Bea (Pamela Martínez) insiste a su hermana Sarita (Karen Martínez) que salgan de fiesta una noche. La segunda encuentra extraña la invitación e intuye que detrás existe una finalidad. Tiene razón: Bea hablará con su novio Andrés (Rudy Rodríguez) de un asunto importante, por lo que es probable que “las cosas se pongan feas”. Sin poder negarse, Sarita acompaña a su hermana, pero tras una pelea insustancial la abandona y regresa a casa. Lo siguiente es que Bea nunca aparece y la culpa carcome por dentro a su hermana. Resoluta en encontrarla, la única solución es seguir los últimos pasos de Bea, involucrarse con quien fuera su novio, y por consiguiente adentrarse al mundo criminal al que pertenece. En ese sentido, Cadejo blanco se comporta como una cinta de espionaje en toda regla. Para encontrar a su hermana la protagonista debe crear una nueva identidad. Antes de partir de su ciudad, inventa una excusa y cuadra una coartada. Al llegar a su destino debe abrirse paso como un cadejo inocente, y abandonado que sólo busca un lugar donde sobrevivir, para obtener información. Así la película pronto nos muestra los pormenores al interior del mundo criminal de una Guatemala muy realista. Sarita es los ojos de un espectador que conoce de primera mano los negocios irregulares, el intercambio de sustancias ilegales y sobre todo, la prostitución y utilización de la mujer como moneda de cambio. Su director Justin Lerner basó el relato en varios testimonios de mujeres que han pisado aquel mundo. Su visita a Puerto Barrios y todo aquello que pudo observar sobre una América Latina que vive al margen de la ley quedó vaciado en una historia que a la vez es un excelente muestrario de suspenso. La fotografía de Roman Kasseroller funciona en dos sentidos. Sus imágenes buscan esa naturalidad que le viene bien al relato, especialmente si lo que busca es poner sobre la mesa ciertos temas de la realidad. Por otro lado, es inteligente para mostrar la indiferencia de un mundo al que no le importa que en sus narices ocurran procedimientos turbios. Las tomas siempre narran desde dentro de los espacios mientras las conversaciones ocurren a las afueras con la intención de ser discretas. Por ejemplo, una estación de autobuses en donde los pasajeros transitan con cotidianidad, a pesar de que afuera está el jefe de una pandilla criminal hablando con una chica claramente en medio de un procedimiento hostil. El relato incómoda en ciertos momentos, cuando nos hace notar que construye una historia que no es lejana de la realidad. No obstante, también conmueve por ese excelente pulso narrativo que sostiene la tensión en todo momento. Plantea un viaje al interior de algo oscuro del cual no existe una salida. Para conseguir aquello las actuaciones también son primordiales. Lerner no buscó grandes intérpretes, sino personas comunes y corrientes. Su forma de expresión alejada del histrionismo dramático al que estamos acostumbrados, le inyecta a la película ese realismo que termina por coronar una sensación inquietante de que estamos ante un ambiente al alcance de nuestras manos.