Crítica de ‘El niño y la garza’: creación y destrucción Crítica de ‘El niño y la garza’: creación y destrucción

Crítica de ‘El niño y la garza’: creación y destrucción

Si ‘El niño y la garza’ fuese la última película de Hayao Miyazaki, sería el cierre perfecto para su ilustre filmografía. Checa la crítica.

Lalo Ortega   |  
25 diciembre, 2023 5:00 AM
- Actualizado 31 diciembre, 2023 11:08 AM

¿De qué otra forma definir las películas de Hayao Miyazaki, sino como misterios? Desde su concepción, las obras del maestro de la animación están rodeadas de incógnita –rara vez sabemos algo sobre ellas hasta poco antes de su estreno–. E incluso entonces, como demuestra El niño y la garza –que llega a salas de cine mexicanas este 25 de diciembre–, pueden llegar a ser fantasías casi inextricables. Un misterio más a la ecuación: ¿será, ahora sí, su película final? ¿Miyazaki se retirará después de esto?

Las respuestas, claro, nunca son sencillas ni definitivas (si es que llegan). Enfrentarse por primera vez a la nueva película del director puede dejar una sensación inicial de asombro y confusión por partes iguales. Dos cosas están claras: El niño y la garza es sobre más que un chico arrastrado hacia un mundo de fantasía, y es Miyazaki en su forma más ambiciosa, pero también personal.

Miyazaki sobre Miyazaki

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La historia comienza en 1943, en el apogeo de la Guerra del Pacífico. La madre del protagonista, un chico de 12 años llamado Mahito, muere en el incendio de un hospital. Aún afectado por la pérdida, Mahito es llevado por su padre, un fabricante de armamento aeronáutico, a vivir en la provincia japonesa, donde la hermana menor de su madre, Natsuko, se convierte en su madrastra.

El chico pasa sus días solo, indiferente al cariño y al embarazo de Natsuko o a las atenciones de las ancianas mucamas. Una garza, de comportamiento extraño, lo acecha todos los días. Un día, cuando su madrastra desaparece, Mahito es guiado por la garza hacia una misteriosa torre, que había sido sellada luego de la desaparición de su anterior dueño, el tío abuelo de Natsuko.

El niño y la garza de Hayao Miyazaki
El niño y la garza alcanza el delicado balance entre espiritualidad y extravagancia (Crédito: Cine Caníbal)

Para encontrarla, Mahito es arrastrado de ahí a un mundo mágico cuya lógica surrealista es lo ya acostumbrado de Miyazaki. El niño y la garza nos presenta, además del ave metamorfa titular, con mares poblados por barcos fantasmas, ejércitos de periquitos gigantes, niñas con poderes ígneos, almas en ciernes de volverse humanas y un viejo que bien podría ser el dios creador de este mundo.

No es, pues, nada a lo que no estén acostumbrados los seguidores del director, que ha entregado obras recargadas de un simbolismo casi impenetrable con El viaje de Chihiro o El castillo vagabundo, por nombrar solo dos ejemplos.

Pero sí podría, en principio, percibirse como el ensimismamiento de un artista veterano con los códigos y temas de su obra colectiva. Como tantas otras películas del director, El niño y la garza parte de lo personal: al igual que Miyazaki, Mahito crece en el auge de la Segunda Guerra Mundial, es hijo de un fabricante de armas y mantenía un vínculo fuerte con una madre enfermiza, una relación que definió su existencia.

Vida y muerte, creación y destrucción, bondad y crueldad siempre han coexistido en sus universos. Y tal como un viejo dios creador, aislado en su mundo intentando perpetuarlo y mantener su delicado balance, el viejo maestro trabaja en su estudio, obsesivo y meticuloso con su arte y lo que éste deja en el mundo.

El poder del fuego

Porque, a pesar de su simbolismo extravagante, El niño y la garza mantiene el corazón emocional que Miyazaki también ha mantenido a lo largo de su obra. El dolor por los vínculos familiares rotos, las relaciones paternales complejas, la muerte del mundo que, en sí mismo, es cruel con sus habitantes.

El niño y la garza de Hayao Miyazaki
El acto de crear es uno de los temas centrales de El niño y la garza (Crédito: Cine Caníbal)

En el contexto de la película, Miyazaki dota al fuego de un doble significado, quizá el más evidente entre todos los demás. Las llamas, que le arrebatan a su madre, después son resignificadas como un poder mágico, purificador y sanador.

Miyazaki está expresándonos, quizá, la necesidad de la pérdida, de la muerte y la destrucción. Ese dolor, contraparte inevitable de la belleza, es un motor indispensable para la vida misma y para una existencia plena, cuyo significado yace en la creación y en el legado.

Es, pues, la historia de un viejo maestro que, consciente de su propia longevidad y mortalidad, se presenta a sí mismo ante nosotros, al mismo tiempo, como un niño en busca de sentido y como un ermitaño dios creador que ha asimilado las contradicciones y dolorosas imperfecciones que el mundo tiene para ofrecer.

Y así, incluso si El niño y la garza no acaba siendo la última película de Miyazaki (hay señales de que no lo será), se trata de un broche de oro perfecto para una filmografía paradójicamente perfecta, obsesiva, adorada y encumbrada. Vaya legado.

El niño y la garza ya está en salas de cine. Entra aquí para comprar tus boletos.

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