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Hay películas que, por sus temáticas, en manos menos capaces se convierten en maratones de lloradera: piezas que arrojan toda sutileza por la borda y manipulan al espectador con cada encuadre, nota musical y actuación. La niña callada (The Quiet Girl), en salas de cine mexicanas desde este 24 de agosto, no es una de esas películas, por fortuna.
Una de las cinco nominadas al Oscar a Mejor película internacional de 2023 (junto a EO, Close, Argentina, 1985 y la eventual ganadora, Sin novedad en el frente), se trata quizá de la más modesta en escala e íntima entre sus compañeras de categoría.
La niña callada es, en resumidas cuentas, una pequeña y elegante historia coming-of-age que sabe la cadencia perfecta para plantear sus preguntas y revelar sus respuestas en los pequeños detalles, los gestos discretos y los silencios cotidianos, que construyen a una emotividad merecida y nunca artificial.
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Bastaría con decir que, a los fans de Aftersun, esta película les llegará como un sublime flechazo al corazón.
El amor está en los detalles
La niña callada narra la historia de Cáit, una tímida chica de nueve años que ha aprendido a pasar desapercibida y lidiar con los problemas en silencio: atraviesa dificultades en la escuela y es desatendida en casa, misma que comparte con muchas hermanas, su padre y su madre embarazada.
Cuando se acerca la fecha para el parto, sus padres deciden llevarla con sus parientes lejanos, los Kinsella. Sin embargo, su estancia con ellos tampoco es fácil al principio, y a pesar de los cálidos cuidados de Eibhlín (Carrie Crowley), Seán (Andrew Bennett) se muestra distante con ella. A partir de esta premisa, el guionista y director Colm Bairéad construye una narrativa que avanza con delicadeza, en la que pareciera que poco sucede. Sin embargo, el cineasta irlandés tiene la habilidad para sugerir mundos en los detalles más sutiles: en el improvisado nuevo vestuario de la niña; en las reacciones, opuestas entre sí, de sus padres postizos; en una galleta o en un papel tapiz con trenecitos. A través de estos elementos simples y de una narrativa que, en esencia, se reduce al verano de una niña en un rancho, comienzan a surgir misterios y suposiciones en nuestras imaginaciones. Pero La niña callada nunca apura el paso y, situándonos en la perspectiva de la pequeña Cáit, nos lleva a descubrir esas respuestas desde la inocencia, con naturalidad.
La niña callada te romperá el corazón… en un buen sentido
Cuando finalmente llegan esas revelaciones, está justificado. Sin actuaciones grandilocuentes ni situaciones dramáticas al grado de la exageración, conocemos a esta familia improvisada en la cotidianidad más banal. No hace falta una batalla de gritos, lágrimas y mocos si podemos intuir cosas en la incógnita de los silencios o en las sencillas tareas de fregar el piso, ir por el correo, ordeñar una vaca. Pero es la calidez de su narrativa y de las sutiles actuaciones lo que eleva esta película por encima de la mera contemplación sin llevarla al extremo del melodrama. Tal como sucede a sus personajes, La niña callada es como la experiencia de descubrir (o redescubrir) la capacidad de vivir y de amar. ¿Y qué cine hay más bello que eso?