Crítica: ‘Dejar el mundo atrás’ y el autoengaño de ‘Friends’ Crítica: ‘Dejar el mundo atrás’ y el autoengaño de ‘Friends’

Crítica: ‘Dejar el mundo atrás’ y el autoengaño de ‘Friends’

‘Dejar el mundo atrás’ es un irónico thriller que refleja los miedos colectivos de la sociedad estadounidense. Checa la crítica.

Lalo Ortega   |  
7 diciembre, 2023 12:57 PM
- Actualizado 19 diciembre, 2023 2:44 PM

Al comienzo de Dejar el mundo atrás (Leave the World Behind) que llega a Netflix este 8 de diciembre, todo parece una escapada normal para los Sandford, una familia blanca y de clase media de Nueva Jersey como tantas otras. Instada por una casual misantropía, la madre, Amanda (Julia Roberts), ha rentado una casa en un pueblo de Long Island, lejos de todo.

Los Sandford son, también, una típica familia de clase media fragmentada por la tecnología. Mientras el padre, Clay (Ethan Hawke) conduce para llevarlos a su destino, su esposa está enfrascada en llamadas telefónicas de trabajo. Los dos hijos de la pareja, Archie (Charlie Evans) y Rose (Farrah Mackenzie) también se aíslan en sus audífonos. Ella, en particular, protesta hastiada cuando la tablet pierde señal: estaba por ver el episodio final de Friends, la clásica serie de comedia.

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Su frustración por ver el último episodio será una broma recurrente a lo largo de la extraña estadía de la familia en Long Island, que comienza con el misterioso encallamiento de un barco petrolero en la playa. Las cosas se ponen cada vez más extrañas cuando, alegando un apagón en la ciudad, el dueño de la casa, George (Mahershala Ali) aparece en la puerta con su hija, Ruth (Myha’la). Nadie tiene forma de comprobarlo, pues ninguna red de comunicación funciona.

Durante casi todo el metraje de Dejar el mundo atrás, las dos familias deben convivir incómodas entre la desconfianza mutua –con una evidente pizca de racismo– y la incomunicación absoluta con el mundo exterior. Hacen todo tipo de conjeturas, desde un incidente menor con hackers de secundaria hasta una invasión. Pronto deciden que tendrán que salir y buscar respuestas… incluso si no hay certezas en el exterior.

Dejar el mundo atrás, entre la culpa y la esquizofrenia estadounidense

“Los medios son un escape y un reflejo”, enuncia uno de los personajes en una de las múltiples conversaciones becketianas, mientras el mundo podría (o no) estarse desmoronando a su alrededor.

En ese sentido, Dejar el mundo atrás –escrita y dirigida por el creador de Mr. Robot, Sam Esmail, a partir de la novela homónima de Rumaan Alam– se inserta en el pequeño pero esquizofrénico hueco donde la sociedad estadounidense vierte sus culpas y miedos para exorcizarlos en un contradictorio entretenimiento.

Dejar el mundo atrás
En Dejar el mundo atrás, dos familias quedan aisladas en una casa y comparten su miedo (Crédito: Netflix)

Porque a la sociedad estadounidense, después del 11 de septiembre de 2001, no le aflige una paranoia peor que la de la incertidumbre por una nueva invasión. Un ataque que derrumbe la delicada torre de cartas que sostiene a una sociedad cuya avidez por Starbucks, enmascara una misantropía apática y consumista.

El problema con la narrativa de Dejar el mundo atrás –o con la de su versión fílmica, al menos–, es que comienza presentando estos planteamientos críticos en la forma de un misterio que se extiende de forma artificial.

Uno de los personajes es totalmente consciente de lo que está sucediendo, pero la información es dosificada por el guión de forma arbitraria, pero que se siente más inteligente por la habilidad histriónica de quien la enuncia, aderezando con aforismos sobre las altas esferas del poder y “el castigo del mercado”.

Lo cual no quiere decir que no funcione como forma de entretenimiento: a pesar de ciertas torpezas de musicalización, hay un delicioso humor macabro escondido bajo toda la situación (el casting de la reina de la comedia romántica en este papel podría pasar como un toque de genialidad). Hay cierto desequilibrio tonal que los actores logran compensar y, cuando Esmail no se está apoyando en el diálogo expositivo, la tensión es palpable y apasionante.

Pero, al final, Dejar el mundo atrás es menos una crítica profunda a una sociedad consumista, capitalista, imperialista y ensimismada –cuyos medios se encargan de convencerla de lo contrario–, y más un thriller cargado de divertidas ironías tan evidentes como que el agua moja. La No miren arriba o El menú de 2023, pues.

Dejar el mundo atrás
El misterio de Dejar el mundo atrás se estira artificialmente, agotando el interés (Crédito: Netflix)

En busca de la felicidad

En honor a esa ironía, sin embargo, cabe reconocer la habilidad del guión para encapsular la fragilidad de la utopía estadounidense, en la relación que tienen sus ciudadanos con uno de sus productos mediáticos más populares en lo que llevamos del siglo XXI.

Porque Friends es, como bien apunta uno de los personajes de Dejar el mundo atrás, un producto que evoca nostalgia por una época que nunca existió. A pesar de su éxito descomunal, la serie ha sido ampliamente criticada por su ligereza, retratando a un grupo de veinteañeros llevando vidas imposiblemente laxas, en el corazón de una Nueva York con una falta de diversidad arcaica.

Dicho de otra forma, la serie se ha vuelto emblemática de un entretenimiento vacío e inofensivo, de una frivolidad inmune a toda realidad económica, política o social. Aunque tampoco puede culparse a una sola serie de televisión por todo un mal colectivo.

Es sólo síntoma de una enfermedad que, como los personajes de Friends, lleva a cada individuo a encerrarse en su burbuja, felizmente ignorante de lo que sucede afuera hasta que ya es demasiado tarde. E, incluso así, estará dispuesto a arrastrarse hasta el último agujero seguro del planeta, sólo para saber qué sucedió con Ross y Rachel.

Dejar el mundo atrás llega a Netflix el 8 de diciembre.

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