Crítica de ‘Mi crimen’: el altar de la conveniencia Crítica de ‘Mi crimen’: el altar de la conveniencia

Crítica de ‘Mi crimen’: el altar de la conveniencia

En ‘Mi crimen’, François Ozon entrega una farsa que, bajo el absurdo, cuestiona el cinismo y las dinámicas de género de su época. Checa la crítica.

Lalo Ortega   |  
22 marzo, 2024 12:16 PM
- Actualizado 5 abril, 2024 9:50 AM

Hay que admirar el ritmo de trabajo del cineasta francés, François Ozon. Filma y estrena películas a un ritmo que apantalla, a veces más de una en el mismo año. Y su versatilidad es envidiable: de dramas solemnes sobre pederastia en la iglesia (Por la gracia de Dios) o la eutanasia (Todo salió bien), ahora da un salto a la farza con Mi crimen (Mon Crime), que llegó a salas de cine mexicanas este 21 de marzo.

El género, por su misma naturaleza, es más teatral: hay cierta rigidez en la narración cinematográfica del drama, más dependiente del diálogo (aunque el director reafirma su influencia de Ernst Lubitsch y Frank Capra). Esa misma rigidez también se extiende a los personajes arquetípicos que lo habitan: no son exactamente complejos ni profundos en sus motivaciones.

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Pero esas son las reglas de este juego, en el que los verdaderos protagonistas son las situaciones absurdas e increíbles que parodian, a pinceladas gruesas, aspectos de nuestra realidad cotidiana. En ese sentido, Mi crimen es bastante divertida. Pero esto es una película de François Ozon y, debajo del ridículo, hay preguntas punzantes.

Mi crimen y el talento de ver por el beneficio propio

París, 1930. Madeleine Verdier (Nadia Tereszkiewicz, de Babysitter) es una actriz joven y bonita, pero pobre, sin talento ni prospectos. Un día, después de reunirse con un importante productor que le prometía un papel, regresa devastada al departamento que comparte con su amiga, Pauline Mauléon (Rebecca Marder, Un hombre en apuros), una abogada desempleada. Madeleine afirma que el productor intentó abusar de ella. Mientras tanto, ambas están al borde de irse a la calle, por no pagar la renta.

Como si hiciera falta más, la policía llama a su puerta poco después. El productor acaba de ser hallado muerto y, como Madeleine fue la última en verlo vivo, es la principal sospechosa de un asesinato. La joven actriz deberá enfrentarse al juez investigador, Gustave Rabusset (Fabrice Luchini), con ayuda de su amiga.

Si bien Rabusset hace su trabajo y reúne a sospechosos, él está convencido: Madeleine tenía motivos de sobra para asesinar al productor, y estaba en posesión de un arma. Conclusión: ella debe ser la asesina, y tendrá que ser sentenciada. Pero Pauline ve en la amenaza una oportunidad: un juicio como plataforma mediática para forjar la narrativa trágica de una actriz victimizada injustamente por el sistema judicial. Madeleine, entonces, decide alegar asesinato en legítima defensa.

Mi crimen (Mon Crime)
En Mi crimen, las dos protagonistas deciden que hay beneficio en asumir la culpa (Crédito: Nueva Era Films)

A partir de aquí, Mi crimen se vuelve un juego de retóricas y de moralidades veleta. El relato no permanece mucho tiempo en el juzgado, pero Ozon se encarga de convertir la pantalla en un estrado por el que han de pasar todos los personajes. Ninguno sale limpio, y nada de lo que dicen queda exento de escrutinio.

Los fiscales son descaradamente misóginos y la ley de la época está cargada en contra de la mujer (ellas sólo pudieron votar en Francia a partir de 1945). Pero el discurso feminista también puede ser hipócrita, optando por el beneficio en vez de alegar por la pura inocencia que, como veremos más adelante en la película, estaba más cercana a la verdad auténtica del asunto.

Lógicamente, Madeleine es absuelta, y el juicio reditúa tanto fama, papeles de cine y regalos para ella, como trabajo para su mejor amiga. Juntas se dan la gran vida hasta que, en la cumbre de su éxito, la verdad del asunto amenaza con salir a la luz. A menos, claro, que Madeleine esté dispuesta a negociar y sacrificar algunas cosas.

Mi crimen (Mon Crime)
Mi crimen triplica la diversión en cuanto Isabelle Huppert entra en escena (Crédito: Nueva Era Films)

En Mi crimen, pues, ni siquiera es que la verdad tenga un precio, si no que a nadie le importa: es abusada y prostituida según los intereses de cada jugador. Desde el propio juez que busca hacer despegar su carrera, pasando por buitres empresarios y hasta una actriz del cine silente (la legendaria Isabelle Huppert, opacando cual eclipse al resto del excelente elenco), que ve una oportunidad en la polémica para reavivar el fuego de su estrellato.

Debajo de la gracia y el absurdo, Ozon es punzante. Sus personajes, caricaturas de jueces y actrices, burlan la justicia, tergiversan la verdad y son capaces de renunciar a su dignidad. Mi crimen nos confronta con el hecho de que, en una sociedad que premia la fama y reputación frívolas, absolutamente todo es sacrificable en el altar de la conveniencia.

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