‘Tár’, con Cate Blanchett: mierda de artista
‘Tár’ pone en tela de juicio temas como la moralidad del arte y los artistas, así como la cultura de la cancelación
Podríamos encapsular la esencia de Tár –próximamente en salas de cine mexicanas– en una de sus secuencias iniciales. Luego de que se ha establecido que la compositora y directora de orquesta, Lydia Tár (Cate Blanchett) es una de las más grandes artistas vivas (y la primera mujer a la cabeza de la Orquesta Filarmónica de Berlín), la vemos impartir una clase en la Escuela Juilliard, el prestigioso conservatorio de artes en Nueva York.
Es una escena confrontativa. Lydia habla con los alumnos sobre el poder emocional e intelectual de la música, sobre la intención del artista en la obra –entendida por medio de quienes fueron en vida–, pero también de la necesidad de tomar las partituras de los grandes maestros del canon musical e interpretarlas para crear algo auténtico con lo que sea posible conectar (de otra forma, en sus palabras, el artista no es más que un “robot”).
Entonces, un alumno de piel oscura, Max (Zethphan Smith-Gneist), se niega a sentarse frente al piano e interpretar música de Bach. Su argumento es político: su identidad racial y de género le impiden establecer una conexión con un artista cuyas posturas posiblemente misóginas y antisemitas han sido ampliamente teorizadas. “No tengas tanta prisa por ofenderte”, sentencia Lydia. “El narcisismo de las pequeñas diferencias puede llevar a la conformidad más aburrida”.
El director Todd Field –en su primer largometraje en 16 años, luego de Secretos íntimos de 2006– y el director de fotografía Florian Hoffmeister optan por filmar todo el asunto en un prolongado plano secuencia, exaltando las tensiones en lo que se convierte en un diálogo sobre la separación del arte y el artista, jugando con las posiciones de los personajes en el cuadro. Conforme Max se reduce en él, los cineastas establecen el argumento de Lydia como el más contundente.Publicidad
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Tár exhibe las paradojas y vicios del poder en el mundo artístico
“¿Quién define lo que nos emociona?”, pregunta Lydia Tár en la misma secuencia en Julliard. Es, quizá, el cuestionamiento del que se desprenden todos los otros que Field nos plantea sobre la moralidad del arte y del artista. La compositora presenta la pregunta de forma retórica: está en desacuerdo con que artistas y músicos rechacen las obras de arte del canon con base en quienes fueron sus autores como personas. Pero la pregunta funciona también en el sentido contrario: ¿quién decide qué está en ese canon? Para bien o mal, a siglos de sus respectivas muertes, recordamos a Mozart, Bach y Beethoven más por sus obras que por sus vidas. La protagonista, al igual que varios de los artistas (consagrados y aspirantes) en su órbita, aspira a esa condición. Sin embargo, conforme Field nos hace testigos de la destrucción a su paso, en el nombre de su arte y de sus placeres, cabe preguntarnos: ¿vale la pena? ¿Debería permitirse? ¿Hasta dónde?- Te puede interesar la crítica de Pinocho de Guillermo del Toro: sobre el amor para resistir el fascismo