'The Humans': cuando la familia se convierte en una película de terror
Adaptada de la obra teatral homónima de Stephen Karam, ‘The Humans’ es una película exclusiva de MUBI.
Es una broma común que las reuniones familiares pueden convertirse en una pesadilla. El motivo: porque es verdad. Lo que puede comenzar como una tranquila comida con padres, hermanos e hijos, puede hacer que afloren tanto los buenos recuerdos como los resentimientos inherentes de otra verdad: que quienes más te aman son quienes más pueden lastimarte.
The Humans, estrenada en MUBI este 12 de agosto, es una película construida sobre esa máxima, hábilmente expresada en ambientes que alegorizan las psiquis de toda una familia, cuyos integrantes son auténticos manojos de amor, esperanzas, humor, miedos, rencores y arrepentimientos.
Adaptada de la obra teatral homónima ganadora del Tony, escrita y dirigida por Stephen Karam (quien también debuta como cineasta con esta producción), la película sigue a la familia Blake, reunida para celebrar Acción de Gracias. Brigid (Beanie Feldstein) y su pareja, Richard (Steven Yeun) se han mudado a un departamento viejo y destartalado en Nueva York, donde reciben a la familia de ella: su padre, Erik (Richard Jenkins); su madre, Deirdre (Jayne Houdyshell); su hermana, Aimee (Amy Schumer); y a la senil madre de Erik, “Momo” (June Squibb).
El guión de Karam se desarrolla con diálogos de lo más naturalistas, como charlas que cualquiera de nosotros podría tener en una reunión casual con la familia. Erik inmediatamente reprueba el nuevo departamento de su hija, por las instalaciones deterioradas, su ubicación tan cercana a la Zona Cero y el ruido. Brigid sólo responde con humor: están en Nueva York, una de las ciudades más ruidosas del mundo.
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Con el avance de la velada, es con estos diálogos que The Humans comienza a revelar, poco a poco, la frustración y animosidad que hay debajo. Las brechas generacionales salen a flote cuando los padres cuestionan a su hija por qué comparte departamento con su pareja sin casarse, por qué no vive en un lugar mejor, o la inestabilidad laboral de Richard.
Cuando él revela que el motivo fue una crisis depresiva, Erik señala que “en nuestra familia no tenemos ese tipo de depresión”. “No, sólo tenemos mucha tristeza estoica”, bromea Aimee, quien está lidiando con un rompimiento amoroso y una enfermedad crónica.
Lo anterior es sólo la superficie, así que sobra decir que cada uno de los Blake está lidiando con demasiado. Es lo que hace fácil identificarse con ellos: todos pueden ser personas amorosas un momento y, al siguiente, decir o hacer algo digno de un verdadero idiota (una imperfección encapsulada por el sucinto título de The Humans).
Se trata de una economía narrativa importada de las raíces teatrales de la producción: hay un puñado de actores entregando diálogos precisos y reveladores, con una sola locación en prácticamente todo el metraje.
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Cuando una producción teatral es trasladada a la pantalla, tiende a caer en el vicio del “teatro filmado”: actores que sólo se trasladan por el cuadro entregando sus diálogos, siguiendo el libreto de la obra original casi al pie de la letra. Esta adaptación logra evitar casi todos esos problemas (énfasis en “casi”) gracias a su diseño de producción y al uso de sus espacios.
The Humans: ¿sólo teatro filmado?
En vez de caer en el cliché de decir que “el departamento es otro personaje de la historia”, diremos que sí es una gran representación visual del estado mental de sus personajes. Karam hace un excelente uso de los espacios cerrados, deteriorados y asfixiantes para crear una atmósfera que, como los propios muros del edificio, parece que podría venirse abajo en cualquier momento.
Hay una constante tensión en los diálogos entre personajes, sugiriendo verdades ocultas detrás de la fachada, como humedad que se filtra sin remedio en las paredes, hinchándolas y distorsionándolas. Karam hace la metáfora un tanto obvia: conforme Richard escucha a Erik hablar sobre sus planes para construir una casa de verano, éste se muestra nervioso, desviando la mirada hacia (¿qué más?) una pared hinchada por la humedad.
The Humans ve al departamento cambiar conforme progresa la velada: focos viejos y otros estragos hacen de las suyas, provocando ruidos escalofriantes y dejando cuartos en total oscuridad. Las composiciones y movimientos del fotógrafo Lol Crawley (El diablo a todas horas) aprovecha la luz y la oscuridad, los pilares, los corredores largos y estrechos, para mostrar las divisiones entre sus personajes: están en el mismo espacio, pero no están realmente juntos.
Esta meticulosa construcción de atmósfera es tan tensa que, complementada con repentinos choques sonoros y sus temas crecientemente oscuros, hacen de The Humans una película que roza con el terror. Es una acotación curiosa para una historia que no tiene fantasmas ni monstruos en el sentido literal (salvo uno que habita las pesadillas descritas por un personaje), y que nunca llega a la violencia física.
Esto es porque los fantasmas que arrastra la familia Blake son de la mente y del corazón: hombres y mujeres rotos por los traumas del pasado y un porvenir desolador. Rotos por el espectro de la infidelidad. De la insatisfacción. De la incertidumbre económica, del desamor y del alto costo de dar una vida digna a un pariente senil (“¿No crees que debería costar menos estar vivo?”, pregunta Erik). ¿Deprimente? Quizá. ¿De una verdad inherentemente bella? También.
Quizá el único gran problema que arrastra el debut cinematográfico de Stephen Karam, es el ritmo. A veces, los diálogos se extienden tanto como los planos que el director y el fotógrafo deciden sostener por largos lapsos de tiempo, sin cortes. Pero se trata de una película que premia la paciencia, incluso si la recompensa al final es una pesada revelación de carácter existencial.
Lalo Ortega es crítico de cine. Ha escrito para publicaciones como EMPIRE en español, Cine PREMIERE, La Estatuilla y más. Actualmente es editor en jefe de Filmelier.
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