Crítica de 'Asteroid City': "aún no entiendo la obra"
Con ‘Asteroid City’, el director Wes Anderson logra llegar a lo personal y lo espiritual. Checa la crítica.
“Aún no entiendo la obra”, dice uno de los personajes de Asteroid City, un actor, a su director teatral. A media obra, corre tras bambalinas para consultar con él, extrañado por una decisión de su personaje que quiere comprender. El director sólo lo calma y le dice que está haciendo un buen trabajo.
No entender nada es, quizá, el tema que mejor describe a la más reciente película de Wes Anderson, que llega a salas de cine de México este 15 de junio luego de su paso por Cannes. Una afirmación extraña, tratándose de un cineasta cuya marca de meticulosidad es el epítome de una precisión y claridad reconocibles al punto de ser banalizados por imitaciones de TikTok.
Pero, siendo claros, parece que nadie entiende nada en Asteroid City, otra historia del cineasta texano habitada por personajes hastiados, melancólicos, cínicos y desilusionados pero siempre igual de hambrientos por conocimiento, sentido, conexión y, en el fondo, amor.
Grandes aspiraciones para una película cuyo modesto comienzo, sobre una obra de teatro y una convención espacial para jóvenes de intelecto privilegiado, da paso a un evento de implicaciones existenciales que, en vez de dar respuestas, sólo cambia unas preguntas por otras.
En Asteroid City, Wes Anderson se sabe parte del chiste
Un aspecto de la película que no adelantan los materiales promocionales –y quizá con buena razón–, es que Anderson encuadra esta historia de la misma manera que otras de sus producciones previas: como una historia dentro de una historia (El Gran Hotel Budapest es una película, sobre un libro, sobre la charla del autor con un viejo sobre sus melancólicos recuerdos de juventud).
Desde el primer momento, Anderson establece que Asteroid City es, en realidad, la historia de un programa de televisión que narra la creación de la obra de teatro sobre el pueblo homónimo donde sucede la convención espacial. Esparcidos a lo largo del metraje y fotografiados en blanco y negro, vemos segmentos en los que el guionista (Edward Norton) trabaja en la historia y moldea a los personajes en colaboración con sus actores.
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Un marcado contraste con los segmentos de la “obra” teatral misma, bañados por las saturadas y coordinadas paletas de color características del director. Las decisiones de Anderson son informadas por la artificialidad exagerada de una puesta teatral–como lo está casi toda su filmografía–. Las montañas del desierto americano que adornan el “escenario” son demasiado perfectas, y el cielo demasiado azul. Y Anderson, en vez de rehuir a cualquier posible crítica hacia su artificio, lo abraza y se sabe parte de la broma.
Y en Asteroid City –un pueblo desértico con un puñado de habitantes a mitad de la nada–, no sucede mucho excepto por la convención que premiará a un grupo de jóvenes por sus aportaciones a la ciencia. Uno de ellos, Woodrow Steenbeck (Jake Ryan, de Un reino bajo la luna) acaba de perder a su madre, pero continúa mirando a las estrellas con avidez. Su viudo padre, Augie (Jason Schwartzman) es un hastiado fotógrafo de guerra que parece incapaz de sentir.
Y en el camino, nos encontramos con la tropa de típicos personajes de Wes Anderson: chicos impetuosos en busca de la verdad, hombres avejentados y desencantados, una mujer que contempla el suicidio (o su personaje lo hace, al menos), personas que portan su curiosidad por el mundo como bandera, y grupos dispuestos a golpear primero y preguntar después.
La absurda búsqueda de sentido
Para Anderson, encuadrar desde el arte teatral una historia sobre un mundo de ciencia rodeado de absurdo es, más que una reafirmación estilística, una declaración de propósito: revelar que arte y ciencia son, en fundamento, vías distintas que buscan el mismo destino.
El gran incidente dentro de la “obra” de Asteroid City brinda respuesta a una de las más grandes interrogantes de la humanidad: si nuestro lugar en el universo es uno de absoluta soledad. Cuestionamiento cósmico que siempre se transfiere al nivel personal de sus personajes, que ponen en duda la existencia de un dios, la posibilidad de pertenecer a algún sitio y el propósito de sus vidas (“no tuve hijos, pero a veces me pregunto si deseo haberlos querido”, dice una Tilda Swinton científica como si fuera cualquier cosa).
¿Esto es definitivo? Claro que no, pues Anderson no tarda en sustituir la gran pregunta con otra: ¿cuál es el sentido? Los hombres y mujeres de ciencia buscan la verdad con la misma desesperación con la que un padre pregunta a su hijo por sus peligrosas imprudencias.
Quizás nosotros somos ese hijo imprudente. Quizá somos como esos científicos mirando a las estrellas en busca de respuestas. O quizá somos ese actor que busca entender a un personaje de papel, que dice a su director que “aún no entiende la obra”.
Puede que nunca lo hagamos. Y puede que sea el punto (o no), pero hay una belleza singular e indiscutible en ello.
Lalo Ortega es crítico de cine. Ha escrito para publicaciones como EMPIRE en español, Cine PREMIERE, La Estatuilla y más. Actualmente es editor en jefe de Filmelier.
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