Crítica de ‘Días perfectos’: la belleza en el inodoro Crítica de ‘Días perfectos’: la belleza en el inodoro

Crítica de ‘Días perfectos’: la belleza en el inodoro

‘Días perfectos’, del legendario director Wim Wenders, es una película repleta de pequeños misterios y milagros. Checa la crítica a continuación.

Lalo Ortega   |  
15 febrero, 2024 12:10 PM
- Actualizado 22 febrero, 2024 4:24 PM

Encontrar belleza en un inodoro podría parecer una contradicción casi escatológica. Pero a esto nos lleva –y al punto de las lágrimas y las dudas existenciales– el legendario cineasta alemán Wim Wenders (París, Texas) con Días perfectos, que llegó a salas de cine mexicanas este 14 de febrero con distribución de MUBI.

La película, aspirante japonesa al Oscar 2024, bien podría ser definida como la expresión máxima del aforismo “la belleza en lo sencillo”. Porque no se puede ser más sencillo que el estilo empleado aquí por Wenders –heredero de Yasujirō Ozu– para contar la historia todavía más mundana de su protagonista, Hirayama (Kōji Yakusho).

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El poder de Días perfectos yace, sin embargo, en las preguntas que se revelan a sí mismas, poco a poco, con el discurrir en pantalla de la cotidianidad austera de su protagonista.

Just a summer’s day

Hirayama, conserje empleado por el proyecto The Tokyo Toilet, lleva una vida pequeña pero disciplinada, una cotidianidad estricta y rutinaria, casi ritualística. Despierta con el alba, atiende sus plantas, se asea, se uniforma, compra un café en la máquina expendedora fuera de su casa y maneja al trabajo, escuchando su música favorita en casete (clásicos desde Lou Reed hasta Van Morrison) para cumplir su turno limpiando baños públicos.

Días perfectos
Hirayama, protagonista de Días perfectos, lleva una existencia sencilla (Crédito: MUBI)

Limpiar la mierda de otros todos los días debe (o debería) ser uno de los peores empleos en la existencia humana. Y Wenders juega con ese prejuicio para sorprendernos desde el inicio.

Hirayama no sólo parece conforme, sino alegre con una existencia que le permite ir al parque a tomar algunas fotos (analógicas, claro) durante el almuerzo, terminar el día temprano, comprarse una cena modesta y leer lo que le plazca antes de dormir (y soñar, pues Wenders también nos sumerge en las abstractas imágenes mentales de su protagonista).

La repetición de la rutina, como en la vida de Hirayama, es la piedra angular de Días perfectos. Una y otra vez, lo veremos salir por la puerta, mirar al cielo y respirar, feliz de estar vivo para encarar un nuevo día. Las eventualidades son mínimas: un niño se pierde en los baños un día; su colega, Takashi (Tokio Emoto), llega tarde al siguiente.

Wenders nos arranca sonrisas con los pequeños milagros cotidianos, llenos de posibilidades, ternura e incógnitas. Intercambios de miradas furtivas con una mujer en el parque, un juego anónimo de tres en línea con un papel escondido en el baño, pequeños actos de honestidad. Otras acciones rozan con un servilismo sacrificado, en su mayoría por parte de Hirayama.

Llega un punto en Días perfectos en que surge la pregunta de si Wenders, cineasta renegado y nómada, no estará presentando una visión idealizada de la cultura japonesa. La película, inicialmente concebida como un documental para The Tokyo Toilet, fue inspirada por la noción del “bien común” que al director le pareció tan ajena a su país natal durante la pandemia, pero que es tan cotidiana en el archipiélago asiático.

You just keep me hanging on

Para el solitario y el introvertido, la vida de Hirayama incluso parece deseable. El trabajo le da para comer y mantener un pequeño departamento donde hace lo que quiere y nadie lo molesta.

Días perfectos
Con los misterios sobre su protagonista, Días perfectos despierta preguntas más profundas (Crédito: MUBI)

En Días perfectos, Wenders usa el tiempo y la repetición para despertar preguntas. Llegará el punto en que nos cuestionaremos qué era de Hirayama antes del comienzo de la película, y cómo llegó a estar solo. ¿Quiere estar solo? ¿Es esta soledad sostenible? Vestigios de un hastío silencioso en su rostro, al mirar al cielo, lo ponen en duda.

Los modestos dramas personales que se suscitan levantan más misterios que respuestas a los mismos, y el director nos invita a imaginarlas para llenar los huecos. En realidad, no importan: la trama es superflua, un pretexto cuya vaguedad nos insta a reflexionar sus otros planteamientos, a la vez corrientes y elevados. “Ahora es ahora”, expresa Hirayama en una lección de paciencia, casi como una extensión de Wenders instándonos a contemplar lo que tenemos en pantalla, y nada más.

Y entonces llega la sensación de vacío a una vida que antes parecía llena y completa. El precio de esta aspiración al ascetismo podría ser elevado, o quizá es una aspiración idealizada.

O también, quizá, son conceptos que pueden coexistir en eterna contradicción. Como la belleza en el inodoro. Como una vida rebosante de dolor y alegría. Como un rostro sonriente y al borde de las lágrimas.

Días perfectos ya está en salas de cine y llegará próximamente a MUBI. Entra aquí para comprar tus boletos.

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