Crítica de 'Zona de interés': el abono para las flores
Con frialdad clínica, ‘Zona de interés’ extrapola los mecanismos de complicidad del nazismo a nuestra sociedad contemporánea. Checa la crítica.
En todas sus formas –y contextos–, hay una cosa que le encanta al privilegio: jactarse de los productos de su trabajo duro, con frecuencia manifestados en lujos y comodidades. Le gusta tanto como detesta cuestionar los mecanismos y condiciones que le permiten existir. Ambos ejercicios son representados en pleno en Zona de interés (The Zone of Interest), película nominada al Oscar 2024 que llega a salas de cine de México este 14 de febrero.
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Porque, al menos en sus primeros minutos, la película del director Jonathan Glazer (Bajo la piel) desvía nuestra atención hacia un idilio casi (casi) envidiable. Con una belleza propia de Monet en sus colores y composición, vemos a una familia, los Höss, disfrutar de un soleado día de campo junto al río, perfectamente felices.
Es la vida familiar perfecta, como extraída de una revista de mediados del siglo pasado. Los niños nadan, corren, se empujan. El padre, un tal Rudolf Höss (Christian Friedel, El listón blanco), se llena los pulmones de aire puro, orgulloso. Al volver a casa, la madre, Hedwig (Sandra Hüller, Anatomía de una caída) cuida del inmaculado jardín y delega tareas a las criadas, que también se encargan de su bebé.
Pero la realidad no tarda en filtrarse en la historia de Zona de interés. Algunos trabajadores del hogar portan un brazalete distintivo. Rudolf recibe su costoso regalo de cumpleaños ataviado en su uniforme gris, y entonces un contraplano nos revela lo que apenas había sido sugerido: una cerca gris con alambre de púas se cierne sobre el jardín, separando el paraíso familiar de los horrores del campo de concentración de Auschwitz.
Perfectamente felices… y perfectamente arios. Y con toda probabilidad, perfectamente insensibles a –u orgullosos de– las implicaciones de tal palabra.
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En Zona de interés, el paraíso existe a costa del infierno
Tantas otras historias sobre los crímenes del nazismo –o al menos las más populares, como La lista de Schindler y La vida es bella, por mencionar algunas– apelan a la compasión por las víctimas y la fortaleza de su espíritu.
No hay nada inherentemente malo en ello: son, de hecho, vitales para forjar la memoria histórica ante las peores atrocidades de la humanidad. Sin embargo, e independientemente de cualquier sentimentalismo, tienden a quedarse en la conclusión de que la opresión de los otros es mala y debe ser evitada. Y el agua moja, claro.
En Zona de interés, Glazer no dirige la lente hacia los oprimidos, sino hacia los opresores (y como veremos después, también la dirigirá hacia nosotros). Y lo hace desde una distancia fría, casi clínica, desprovista de planos cercanos a sus protagonistas. La cámara siempre los sigue de lejos, nunca yendo más allá del plano medio.
Esto tiene como objetivo, primero, evitar la simpatía hacia ellos. Claro que los personajes tienen emociones, e incluso sufren sus tragedias (como cuando la criada no limpia el piso como debe o alguien roba flores del jardín).
Por momentos, incluso, pareciera que Glazer nos desafía a suspender cualquier reproche hacia ellos. La familia invita a la suegra a quedarse unos días, e incluso tienen un perrito. ¡Son como nosotros! Volveremos a este pensamiento más tarde.
Sin embargo, esta distancia en la puesta en escena de Zona de interés sirve un segundo objetivo, más fundamental que el primero. En las rutinas de lujo y privilegio de la familia Höss, el exterminio de los judíos en Auschwitz es representado como un mero inconveniente, una necesidad del trabajo que permite a esta familia nazi mantener la vida que lleva.
Es posible imaginar, en principio, qué es eso que ensucia las botas del padre de familia en cada día de trabajo. Las chimeneas de los hornos se asoman por encima de la cerca, relegadas a un rincón del encuadre como son relegadas en las mentes de los protagonistas, adormecidos al sufrimiento por la ideología y el privilegio. Las cenizas serán utilizadas más tarde como abono para las flores que adornan el jardín, una de tantas brutalidades cotidianas con las que Glazer nos encara durante el metraje. E incluso cuando la negación deja a las víctimas fuera del campo visual, el sonido nos recuerda su constante presencia en la forma de disparos y alaridos.
En ese sentido, Zona de interés parte de la noción sontagiana de que poco vale representar gráficamente –y quizá explotar, si no se tiene cuidado– el sufrimiento de las víctimas. Si hay la posibilidad de justicia para ellas, está en evitar que esta maldad vuelva a suceder, o en señalarla cuando está siendo perpetrada a la sombra de la apatía privilegiada.
Zona de interés y los opresores en nosotros
Los crímenes del nazismo se han convertido –no sin merecerlo– en la muestra paradigmática de las profundidades más oscuras del espíritu humano. Pero también cabe recordar que sus semillas fueron sembradas décadas antes de que fueran documentados sus horrores. Con la distancia que da el tiempo, el infierno se ha vuelto inseparable del paraíso que se construyó sobre sus huesos. Pero casi nunca podemos verles juntos, cínicamente separados por los escasos centímetros de una cerca.
“Los Höss son como nosotros”, somos tentados a pensar al ver la cotidianidad de la familia, y quizá ese es el desafío de Glazer para la audiencia con Zona de interés. Como ellos, vamos por la vida aspirando a los pequeños lujos de un café de Starbucks, ropa de tal o cual marca, pensando que si “hacemos las cosas bien” podremos aspirar a ese ascenso, a ese salario que nos permitirá proveer mejores cosas para los nuestros. Y claro, no estamos incinerando activamente a nuestros vecinos en nombre de la supremacía racial. Pero rara vez nos detenemos a pensar en las implicaciones de nuestros privilegios.
¿Quién paga por las exenciones fiscales de una megacorporación? ¿Qué país del sur geográfico y económico padecerá en el nombre del llamado capitalismo verde del norte hegemónico? ¿De dónde viene y qué necesidades tiene la persona que hace el aseo de nuestras casas, y por qué idealizamos su incansable esfuerzo ante la precariedad? ¿De dónde viene el abono para nuestras flores? Quizá el infierno está demasiado lejos del paraíso para hacernos tales preguntas. Quizá los mecanismos de opresión, colonialismo y exterminio se han vuelto más sofisticados. Quizá no tanto.
Zona de interés dirige la cámara hacia la sociedad contemporánea como un espejo. Sobre las montañas de huesos del pasado quedan los museos de hoy, que han de sembrar las semillas de la conciencia para que el pasado no se repita. Pero, en cierto modo, los museos y las ruinas también se han convertido en fetiche: la historia es inútil si no es capaz de penetrar el muro de la apatía para evitar su trágico rumbo cíclico.
Que nuestros hijos no sean adormecidos por el privilegio, insensibilizados y acríticos ante las peores atrocidades humanas.
Zona de interés llega a salas de cine el 14 de febrero. Entra aquí para comprar tus boletos.
Lalo Ortega es crítico de cine. Ha escrito para publicaciones como EMPIRE en español, Cine PREMIERE, La Estatuilla y más. Actualmente es editor en jefe de Filmelier.
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