Crítica de ‘El conde’, de Netflix: vampiro sin colmillo Crítica de ‘El conde’, de Netflix: vampiro sin colmillo

Crítica de ‘El conde’, de Netflix: vampiro sin colmillo

Dirigida por Pablo Larraín, ‘El conde’, de Netflix, imagina a Pinochet como un vampiro en una sátira, irónicamente, poco incisiva. Checa la crítica.

Lalo Ortega   |  
15 septiembre, 2023 1:08 PM
- Actualizado 27 septiembre, 2023 12:15 PM

Hay, en nuestra historia como humanidad, periodos tan oscuros y terribles que cabe preguntarnos si, alguna vez, podremos mirarlos sobre el hombro con humor. “¿Para qué verlos con humor?”, es otra pregunta que surge. ¿Es posible cuando sus heridas aún están tiernas en víctimas vivas? Independiente (y quizá indiferente) a las respuestas, El conde, del cineasta chileno Pablo Larraín (Spencer), se estrena en Netflix este 15 de septiembre.

Alrededor de la presentación de la película en el pasado Festival de Venecia, mucho se habló sobre su premisa, sus materiales publicitarios y hasta su fecha de estreno en la plataforma de streaming alrededor del 11 de septiembre, 50º aniversario luctuoso de Salvador Allende y del golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile.

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Si el tema –o cualquier tema– debería estar fuera de alcance para la sátira y la comedia, es una discusión aparte. Interesa más analizar y cuestionar lo que Larraín decide hacer con ello.

El conde, más premisa que narrativa

La trama de la película de Larraín ha sido descrita ad nauseam como “Pinochet no murió, sino que sobrevive como vampiro en algún lugar de la campiña chilena”. Esto es, en la superficie, cierto.

Sin embargo, Larraín escribe a su Pinochet (aquí interpretado por Jaime Vadell) no como un mortal aferrado a su poder por medio del ocultismo, sino como un mal más antiguo. En otra vida fue Pinoche, nacido vampiro en la Francia del siglo XVIII, enamorado de la frivolidad y despotismo de María Antonieta a un grado tal, que decide emigrar y construir su propio reino en otro rincón del mundo. Así, acaba en Chile, donde escala hasta el poder por el camino de la fuerza militar.

Entonces, por vía del vampirismo como metáfora, Larraín traza una genealogía de las dictaduras militares hasta las monarquías absolutistas europeas, que infectaron a América Latina por medio del colonialismo.

El conde, de Netflix
El conde nos muestra a un Pinochet vampiro que quiere morir, pero no puede (Crédito: Netflix)

Sin embargo, ya en la actualidad, el vampiro Pinochet es un viejo decrépito, que con 250 años de vida ha dejado de consumir sangre por voluntad propia. Ya quiere morir, dice, pues no soporta la deshonra de ser despreciado en los libros de historia como un ladrón (algo más ofensivo para él que el título de asesino, asegura).

El conde, no obstante, lucha por construir una narrativa con sustancia más allá de su premisa de metáforas vampíricas. Vemos a la esposa e hijos de Pinochet reunirse en la casa familiar, pues a pesar de sus supuestos deseos, el patriarca se resiste a morir. Los hijos, símbolo de un fascismo derrocado mas no eliminado, aguardan su muerte con la esperanza de heredar su riqueza, en una manifestación más literal de vampirismo social.

Así, por conspiración familiar, aparece en la ecuación Carmencita (Paula Luchsinger), una monja que, haciéndose pasar por una contadora que ayudará a la familia a lavar dinero, pretende erradicar al vampírico dictador. O eso creemos en algún punto. El personaje desempeña un rol que deja ver a la narrativa como un microcosmos de una estructura social hipócrita y convenenciera que permitirá al fascismo subsistir de una forma u otra.

El problema es que, más allá de estos simbolismos, El conde naufraga entre la obviedad del didactismo y una sátira tibia. Desde la perspectiva de Carmencita, atestiguamos una serie de interrogatorios a la familia que se burlan abiertamente del cinismo y doble moral del fascismo. Pinochet mismo se refiere a sí mismo como una mera víctima de otros políticos más aprovechados. Su familia reniega de un “país malagradecido”.

El conde, de Netflix
El conde toma prestado del terror para fines metafóricos y satíricos, pero superficiales (Crédito: Netflix)

Sin embargo, El conde no dice nada que no sea evidente en los libros de historia (¿hace falta referirnos a ellos cuando la memoria de la dictadura está aún viva?). Y aunque su objetivo no es, en absoluto, humanizar a una de las figuras más monstruosas del siglo XX latinoamericano, tampoco hace mucho más que reírse de ella en un nivel superficial. En efecto, quizá su aspecto más interesante es tomar prestadas convenciones del terror con fines satíricos.

Pero Larraín no los lleva ni lejos, ni a terrenos transgresores ni inexplorados. Se conforma con una tibieza pueril que, ante un fascismo tan desgraciado, casi es irrespetuosa con las víctimas.

El conde llega a Netflix este 15 de septiembre. Entra aquí para saber más de la película y encontrar el enlace directo para verla.

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