Crítica de 'Fuego interior': la poesía del infierno
Con las imágenes creadas por los Krafft, Werner Herzog hace de ‘Fuego interior’ un poema sobre vida, muerte y pasión. Checa la crítica.
No es sorpresa para nadie que Katia y Maurice Krafft, la legendaria pareja de vulcanólogos, encajen tan perfectamente en el imaginario fílmico herzogiano. Fuego interior: Réquiem para Katia y Maurice Krafft –en cines de México desde el pasado 9 de mayo– los revela como parte de la misma especie de locos radicales que buscan El Dorado hasta las últimas consecuencias o que transportan barcos sobre montañas en otros sitios de la filmografía de Werner Herzog.
La fascinación de Herzog por estos personajes, es bien sabido, proviene de una cierta identificación con ellos. Él mismo es uno de esos locos, entregados a sus pasiones y a sus búsquedas al grado de ser consumido por ellas. Los Krafft, en su dedicación por estudiar y crear registros audiovisuales de fenómenos volcánicos en diversos rincones del mundo, estuvieron trágicamente demasiado cerca de uno el 3 de junio de 1991, en Japón.
Y Herzog nos recuerda su repentino final desde el comienzo de su documental. Porque sus intenciones –su búsqueda– con Fuego interior va más allá de ser una mera biografía (como sí lo es su contemporáneo más convencional Volcanes: la tragedia de Katia y Maurice Krafft).
La imagen, su poder y su belleza oculta
Si los Krafft se convirtieron en leyendas fue, en buena parte, gracias a su trabajo pionero en el registro audiovisual de erupciones volcánicas: sus imágenes capturaron ríos de magma, nubes de gas y lluvias de ceniza y fuego como si se tratase de espectáculos ígneos.
Herzog se sumerge en centenares de horas de material de archivo (muchas de ellas también vistas en Volcanes, pero también en su documental previo Hacia el infierno, de Netflix) para mostrarnos vistazos de sus vidas que, por un lado, nos demuestran la infinidad de veces que desafiaron a la muerte.
Por otro lado, Fuego interior traza el camino de Katia y Maurice Krafft como vulcanólogos, estrictamente científicos, hasta convertirse en cineastas, maestros de la composición visual y creadores de imágenes mágicas, hipnóticas, sobre el mundo al que dedicaron –y por el que sacrificaron– sus vidas. Hay un quiebre en la narración del director: de ser ellos mismos los científicos registrados por la cámara, pasan a filmar a otros haciendo ciencia (si los Krafft son los cineastas aquí, ¿qué hace Herzog, entonces? Una pregunta para después).
Más que una biografía, entonces, podría intuirse que Herzog realiza un homenaje a la pareja de vulcanólogos, a quienes tiene por héroes. Lo curioso es que, donde cualquier otro cineasta optaría por mantener la ilusión alrededor de su obra y su mito –por respeto, admiración, o el motivo que sea–, el director alemán no tiene reparo en desmontarla.
Fuego interior también nos revela un grado de falsedad –o quizá sea más apropiado decir artificio– en el trabajo de los Krafft. En un punto de sus trayectorias, vemos a Maurice tratar de moldear su imagen pública. En otros, Herzog nos muestra múltiples tomas diferentes de una misma imagen: es ensayada, “artificial”, pues contiene una mayor preocupación por la composición y el dramatismo de la acción, de la escala humana ante el poderío de la naturaleza.
¿Puede haber autenticidad en ello? La respuesta de Herzog es un contundente “sí”. En la evolución creativa de los Krafft, Herzog también es cuidadoso en marcar un punto de quiebre en el trabajo de los vulcanólogos, que se inclinan hacia una visión humanista en sus imágenes. La naturaleza no existe en una burbuja de estudio científico, sino que coexiste, implacable y amoral, con habitantes del planeta que palidecen ante su fuerza, pero cuyo sufrimiento es todo menos insignificante.
“Un gran cineasta ha nacido”, anuncia Herzog en este hito evolutivo para las imágenes de Maurice Krafft, de pronto cargadas de escala, expresión y significado.
Fuego interior: oda al espíritu humano
La musicalización operística de Herzog –con piezas de Bach, Verdi y Wagner, con acentos esporádicos de Ana Gabriel– contribuye a construir, en efecto, un réquiem para dos científicos y artistas cuyas vidas cobran un propósito nuevo.
Ungidos héroes herzogianos, las imágenes revelan, en palabras de Herzog, el fuego interior en los corazones de dos personas entregadas a su razón de ser hasta las últimas consecuencias. Osan provocar la ira de Dios, para escapar de ella por la mínima precaución necesaria o por mero capricho del destino. Una pareja de Davides en contra de un Goliat planetario, impredecible e invencible.
En esta visión humanista de su trabajo, Katia y Maurice Krafft dejaron un legado de imágenes cinematográficas hipnóticas. Herzog es sólo cineasta en su capacidad de seleccionarlas, o esculpirlas, distenderlas y acomodarlas, para revelar una verdad más profunda. Los Krafft, teoriza el director, trabajaban en una película sobre la creación y la destrucción, que no alcanzaron a terminar.
En varios sentidos, Fuego interior es esa película. Sus imágenes, repentinamente abstractas y de belleza inesperada, nos revelan un poderío ante el cual la única reacción posible es un asombro que hace consciente de la mortalidad, la fragilidad, la insignificancia de un ser humano en el universo, de hermosura mortífera y misteriosamente viva.
Pero en medio de tanta devastación ígnea están los Krafft, cuyos espíritus jamás fueron doblegados por el peligro: acarreados de un volcán al siguiente por una pasión tan ardiente como las llamaradas que presenciaron (“quiero morir al borde de un volcán”, dijo Maurice una vez).
Su obra es material que Herzog refina en su cine característicamente espiritual, capaz de evocar nuestra humanidad y nuestra conexión con lo inexplicable y lo divino. Fuego interior no es una película que “demanda” ser vista y apreciada: su poesía infernal absorbe la mirada con la fuerza implacable de la naturaleza misma, pero nos eleva a pensar que, por pequeños y aparentemente insignificantes que seamos, nuestros espíritus son igual de poderosos.
Fuego interior: Réquiem para Katia y Maurice Krafft sigue en cartelera. Compra tus boletos para verla en cines.
Lalo Ortega es crítico de cine. Ha escrito para publicaciones como EMPIRE en español, Cine PREMIERE, La Estatuilla y más. Actualmente es editor en jefe de Filmelier.
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