Crítica de ‘¡Que viva México!’: nada que celebrar Crítica de ‘¡Que viva México!’: nada que celebrar

Crítica de ‘¡Que viva México!’: nada que celebrar

‘¡Que viva México!’ es el regreso del director Luis Estrada luego del estreno de ‘La dictadura perfecta’, hace casi una década

Lalo Ortega   |  
23 marzo, 2023 2:25 PM
- Actualizado 11 abril, 2023 11:06 AM

Sucede algo triste, y hasta desesperanzador, cuando se juntan los aforismos “la vida imita al arte” y “no hay peor ciego que el que no quiere ver” para describir una anécdota. Por un lado, el actor Damián Alcázar desfilaba por la alfombra roja de ¡Que viva México! –en salas de cine a partir de hoy, 23 de marzo–, manifestando sus simpatías devotas y casi ciegas por el actual presidente de México. Por otro, un espectador evidentemente clasemediero gesticuló, asqueado, y remató con la ponzoñosa sentencia de “pinche chairo”.

Separados por la arbitraria barrera del evento, no hubo cruce de palabras entre ambos personajes, aunque cabría preguntarnos si habría sucedido aún sin encontrarse separados por unos centímetros de una insignificante valla de metal. Sin embargo, este breve momento es un triste reflejo de las cámaras de eco en las que los polarizados mexicanos emitimos nuestros juicios, sin posibilidad de diálogo o encuentro.

Breve y puntual condensación, también, de lo que el director Luis Estrada (La dictadura perfecta) nos presentaría más tarde en pantalla: un maratón de tres horas de los aforismos más básicos del imaginario popular mexicano, con la sutileza satírica de un martillo y la profundidad de análisis propia de un tuit, poblada por estereotipos que, en su aparente intención de criticar al obradorismo, resultan paradójicamente clasistas, racistas y machistas.

¿De qué trata ¡Que viva México!?

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La película de Estrada comienza con una pesadilla de su protagonista, el clasemediero aspiracionista (“fifí”, pues) Pancho Reyes (Alfonso Herrera): en una cena con su jefe, se aparecen en su puerta los familiares a quienes quiere negar a toda costa: su abuelo Francisco (Joaquín Cosío), revolucionario y minero; y su pobre padre, Rosendo (Alcázar).

Damián Alcázar y Joaquín Cosío en ¡Que viva México!
Joaquín Cosío y Damián Alcázar representan múltiples papeles en ¡Que viva México! (Crédito: Sony Pictures)

¿El motivo? Han venido a ejecutarlo, por ser un malagradecido y haberlos olvidado. Resulta que Pancho nació y creció en un remoto pueblo conocido como La Prosperidad y, gracias a la riqueza que su abuelo mantuvo en secreto, pudo estudiar, ascender en una empresa y hacerse una vida de clase media en la capital mexicana, casarse con la bella, frívola –y clasista– Mari (Ana De la Reguera), y tener hijos. No miró atrás desde entonces.

Luego de ignorar las insistentes llamadas de su padre, Pancho descubre que tiene que volver a la prosperidad: su abuelo ha muerto y su última voluntad fue que su nieto preferido lo despidiera y estuviera presente para la lectura del testamento. Motivados más por la avaricia que por la compasión, Pancho y familia se reencuentran con sus distanciados parientes.

Los problemas, sin embargo, no se hacen esperar: el resto del clan, sumido en la pobreza y en el abandono educativo, tecnológico y hasta sanitario, no tiene mejor plan que esperar a la lectura del testamento para ver qué les ha dejado el abuelo para subsistir. Al volátil caldo de cultivo se suman los tíos de Pancho, el sacerdote del pueblo y el alcalde corrupto (ambos interpretados por Alcázar), este último con su hijo policía (también Joaquín Cosío) como lacayo.

La premisa de ¡Que viva México!, pues, se construye en binarismos: la clase trabajadora resentida contra la clase media desdeñosa; el poder político y eclesiástico corrupto contra la ciudadanía que depreda, pero que también lo perpetúa. Y mientras unos se pelean con los otros, el poder le abre las puertas a los intereses privados extranjeros para saquear los recursos nacionales. Asuntos, pues, bien conocidos para quien lea un mínimo de noticias y que observe la realidad en las calles del país.

Pero hay un problema aún mayor en la representación que Estrada hace de estas dicotomías –y de los personajes arquetípicos que las ejecutan–, que más allá de plantear algún tipo de diálogo que supere los prejuicios más básicos, solamente los repite. Y habría que cuestionar con qué intenciones.

Un imaginario rancio

Con ¡Que viva México!, Luis Estrada sucumbe a estereotipos que, desprovistos de un rol crítico concreto, caen en una ofensa vacía que, de paso, perpetua las barreras para cualquier intento de deconstruir el clasismo sistemático.

La Prosperidad es retratada como un pequeño pueblo de terracería y nopales, donde pululan los burdeles y los borrachos de banqueta (si las hubiera). El clan Reyes está lleno de personajes, por decir lo menos, cuestionables: un hermano de sugeridas tendencias zoófilas, otro hermano narcomenudista, su mujer promiscua, hombres que toman a niñas por esposas y un cuñado que prostituye a su esposa, una limitadísima representación de una mujer trans.

¡Que viva México!
¿La “típica” familia mexicana? (Crédito: Sony Pictures)

Estos personajes están retratados de forma tan caricaturizada que casi podría asignársele la limitada y moralizante etiqueta de “lo peor de la sociedad mexicana”. Más allá de la broma barata, Estrada no los dota de mayor propósito que hacerse, a toda costa, de la riqueza del abuelo Reyes. “Parásitos” y “aprovechados”, gritarían quienes, reaccionarios, también tildan de “chairos” a sus disidentes.

La cuestión es que tampoco se problematiza a la contraparte de los pobres en ¡Que viva México!. ¿Qué dinámicas contribuyen a semejante nivel de marginación? Tales preguntas no caben aquí. Estrada –conscientemente o no– toma evidente partido por Pancho y Mari: ellos son los dignos herederos del dinero que el abuelo tanto trabajó, y los otros sólo quieren aprovecharse. Y todavía: los corrompen y sacan lo “peor” de ellos en la forma de adulterio y violencia.

¿No cabría, en más de tres horas de metraje, cuestionar a fondo estas dinámicas de clase sin caer en los estereotipos más rancios? Estrada, quien no ha temido criticar al poder independientemente de los colores del partido en turno, aquí es superficial y frívolo. Más grave aún: lo es a costa de quienes más han sido defraudados por un régimen que, paradójicamente, grita a los cuatro vientos “primero los pobres”.

¿Hay salida, esperanza, luz al final del túnel o tesoro perdido debajo de las toneladas de tierra? Quizá, si hubiera un diálogo para deconstruir nuestras viciadas dinámicas de clase. Pero en las tres horas y 10 minutos de ¡Que viva México!, Estrada no muestra interés alguno en ello.

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¡Que viva México! ya está en salas de cine. Para saber más de la película y comprar boletos, entra aquí.