Para cuando salió la tercera adaptación fílmica de la saga Crepúsculo, Eclipse, ya no había duda de su condición de fenómeno en la cultura popular. Y muy a pesar de merecer numerosas críticas por distintos motivos, lo cierto es que esta tercera entrega de la saga es una mejoría respecto a su predecesora, Luna Nueva, gracias a una trama un poco más compleja y más acción en pantalla. El triángulo amoroso se complica también, pero con diálogos igual de trillados y pocos argumentos más (exceptuando una sólida banda sonora), se trata de una película que hace poco por atraer nuevos allegados y ya resulta estrictamente dirigida a los fanáticos.
En 2009, Avatar se volvió un fenómeno inesperado de taquilla, desbancando a la entonces líder histórica, Titanic. El motivo, más que su trama o incluso la relevancia del director James Cameron (que también hizo Titanic) estaba en toda la importancia tecnológica de la producción: puso al 3D en otro nivel y cambió las reglas. Todos querían ver lo que hacía la película en cines. Trece años después, Cameron regresa a la historia, luego de muchos retrasos y trabajo, con Avatar: el camino del agua (Avatar: The Way of Water). La secuela se sumerge de nuevo en el mundo de Pandora para contar sobre la familia Sully (Sam Worthington, Zoe Saldaña y los hijos) y cómo les ha ido luego de la primera película –aún con los humanos como amenaza para el planeta–. Buscando protección, la familia busca refugio en el mundo acuático de otras tribus de Pandora. Aún con una historia banal y algunos detalles anticuados –como la falta de representación femenina–, Avatar: el camino del agua aún logra emocionar y sorprender con una tecnología para captura de movimiento como nunca se ha visto en la historia del cine. Es linda, encantadora y, a pesar de los derrapes y una duración exagerada, justifica la espera de 13 años.



