‘El hombre del norte’: las cadenas del legado y el destino ‘El hombre del norte’: las cadenas del legado y el destino

‘El hombre del norte’: las cadenas del legado y el destino

‘El hombre del norte’ es el tercer largometraje del director Robert Eggers, quien debutó con ‘La bruja’.

Lalo Ortega   |  
11 abril, 2022 5:00 AM
- Actualizado 20 abril, 2022 10:05 AM

Hay varios motivos por los que El hombre del norte (The Northman), que se estrena el 14 de abril en salas de cine mexicanas, se siente como una anomalía en la aún incipiente filmografía del cineasta estadounidense Robert Eggers. Por un lado, se aleja de lo que se considera tradicionalmente como terror, género en el que se insertan sus dos primeras películas, La bruja (de 2015) y El faro (2019), ambas situadas en –y basadas en historias de– los Estados Unidos.

Por el otro, se trata de su primera megaproducción: una épica fantástica vikinga, producida por el estudio Regency Enterprises, con un presupuesto de alrededor de 90 millones de dólares (para comparar, La bruja costó alrededor de cuatro millones, mientras que El faro rondó los 11 millones de dólares).

Los billetes verdes se notan en la diversidad de locaciones, la complejidad de las coreografías y del trabajo de cámara, así como en el calibre de efectos visuales y de nombres en el cartel. Pero no por ello han desaparecido los elementos esenciales de sus dos largometrajes previos, y que han definido el que ya es un estilo identificable.

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Por el contrario: El hombre del norte mantiene la meticulosidad de Eggers para construir piezas de época extremadamente precisas y fidedignas, con historias basadas en el folclore y el mito, en las que desaparecen las fronteras de la mente que separan a la razón de la alucinación, la realidad de la fantasía.

Crítica: El hombre del norte
Alexander Skarsgård y Anya Taylor-Joy protagonizan El hombre del norte (Crédito: Universal Pictures)

En un inicio, quizá lo único verdaderamente distinto es la decisión del director por abandonar, aparentemente, el género de terror psicológico. Sin embargo, podríamos argumentar que ese no es realmente el caso, pues el protagonista de su tercera película se enfrenta a una forma de terror mucho más sutil: a un legado generacional que impone un destino a ser cumplido, sin importar el costo o los horrores que arrastre.

Sangre y furia

A la vuelta del siglo X, conocemos al protagonista, Amleth (Oscar Novak) como un niño que espera el regreso a casa de su padre, un rey vikingo conocido como Aurvandill (Ethan Hawke).

El joven príncipe lo idealiza y quiere ser como él. A su vez, su padre cree que ya es hora de que el niño crezca para ser considerado un hombre. Recientemente herido en batalla, el rey siente que su hijo debe poder hacerse cargo, en caso de que él caiga en combate. Ésta, en la mitología nórdica, era considerada la única forma de morir con honor y alcanzar la gloria del Valhalla, el “salón de los caídos” gobernado por el dios Odín, el “padre de todo”.

Así, padre e hijo atraviesan juntos un ritual mágico, en el que el “cachorro” imita la ferocidad lupina de su padre. Es aquí donde Eggers nos arroja de lleno a sus acostumbradas visiones sobrenaturales: en el vacío, Amleth se enfrenta al “árbol de reyes” una manifestación del noble linaje de sus ancestros.

Ahora carga con un juramento: si su padre es asesinado, estará condenado a vivir sin honor hasta vengar su muerte. Y, con el tiempo, él ha de llevar el peso de su propio linaje.

Sin embargo, la brutal realidad irrumpe en su vida poco después, con una flecha que atraviesa el aire y la carne de su padre. Amleth es obligado a esconderse y ver cómo su tío, Fjölnir (Claes Bang) cobra la vida del rey para tomar control del reino y de su esposa, Gudrún (Nicole Kidman).

El hombre del norte
Claes Bang (The Square: la farsa del arte) es Fjölnir, cuya vida Amleth jura cobrar (Crédito: Universal Pictures)

Amleth evade la muerte, pero es obligado a huir lejos, llevando consigo únicamente su juramento arraigado en el corazón. Años más tarde (ahora en la piel de Alexander Skarsgård) se ha convertido en un guerrero brutal, pero que ha perdido su camino: invade aldeas, asesina despiadadamente, esclaviza a los sobrevivientes.

Es un encuentro fortuito lo que lo pone de vuelta en su camino original, en lo que esencialmente es una reinvención vikinga de Hamlet –el nombre del protagonista viene de una leyenda medieval escandinava que inspiró a Shakespeare–.

En resumidas cuentas, El hombre del norte es una épica fantástica de venganza: Amleth debe encontrar a Fjölnir, sin importar lo que le cueste a su cuerpo o a su alma. Sólo así podrá recobrar su honor y volverse digno de entrar al Valhalla.

En dicho sentido, el guión escrito a cuatro manos por Eggers y por el novelista islandés Sjón (quien también coescribió la tétrica Cordero) es bastante sencillo, y no da suficiente espacio para complejizar al protagonista. Su eventual encontronazo con una verdad ineludible –la inutilidad de la venganza– puede preverse desde que su camino se cruza con el de Olga (Anya Taylor-Joy, a quien tampoco se le da mucho con qué trabajar).

Nicole Kidman en 'El hombre del norte'
Nicole Kidman tiene el papel más interesante en El hombre del norte (Crédito: Universal Pictures)

Incluso las delirantes imágenes fantásticas de Eggers funcionan en un sentido contrario a lo visto en La bruja y El faro. En éstas últimas, son la representación visual de un horror que se filtra a la realidad como alucinaciones, producto de la soledad, la inanición o el miedo a la seducción de lo desconocido y a la retribución divina. En El hombre de norte, representan una certeza devastadora: la voluntad inamovible de los dioses, que imponen una pesada herencia inescapable y un futuro de odio, ira y sangre inevitable.

Así, el horror de El hombre del norte no yace en el descenso a la locura, sino en la condena de vivir entre borbotones de sangre, cuya única alternativa es la deshonra. Una convicción de tal firmeza que, cuando choca de frente con una verdad contestataria, no tiene más remedio que romperse, para que los pedazos del hombre roto subsistan en la prisión de su propia creación.

El hombre del norte: el destino entrelazado de Amleth y Eggers

A pesar de que se trata de una producción con un alcance mucho más ambicioso que el de sus dos primeras películas, Eggers trae a la megaproducción su característica meticulosidad. Esto va desde los elementos estilísticos ya conocidos en su filmografía (como los apabullantes y claustrofóbicos primeros planos frontales de sus personajes), así como la exactitud de su recreación del siglo X (el arqueólogo Neil Price y la académica Johanna Katrin Fridriksdottir fueron consultores de la producción).

La magnitud de las secuencias de combate tampoco es obstáculo para su acostumbrada precisión (y la del fotógrafo Jarin Blaschke, con quien el director ha colaborado desde su cortometraje de 2008 basado en El corazón delator, de Edgar Allan Poe). El hombre del norte es, formal y técnicamente, tan formidable como sus predecesoras, al servicio de una producción más grandiosa en lo audiovisual, incluso si un poco más limitada en el desarrollo de la psique de sus personajes.

Con su tercer largometraje, sin embargo, el propio Robert Eggers tiene un curioso paralelo con Amleth: también es aquejado por su legado y su destino. Es un incipiente autor que, luego de su rotundo éxito en la escena independiente, ha decidido dar el paso a las grandes producciones de estudio.

Es una trayectoria que han seguido incontables cineastas antes que él (desde Christopher Nolan hasta Gareth Edwards y Darren Aronofsky, por mencionar sólo algunos), así que se ha vuelto una especie de expectativa en la industria. Y claro que tiene sentido: el prestigio atrae los billetes verdes necesarios para consolidar hasta la visión artística más ambiciosa.

Lo realmente complicado es hacer que esa visión autoral no se pierda entre las exigencias comerciales de un estudio: ahí yace la tensión entre el legado y el destino. Eggers, en términos generales, tiene éxito con El hombre del norte. Durante prácticamente todo su metraje, es una película indiscutiblemente suya.

Crítica 'El hombre del norte'
Las secuencias de combate son un gran paso en complejidad para el director Robert Eggers (Crédito: Universal Pictures)

Pero hay algunas escenas que se alejan totalmente del estilo y tono tanto del director como de su coguionista. Ambos Eggers y Sjón prosperan en la ambigüedad metafórica, pero aquí hay instancias de diálogo excesivamente explicativo, que pone en palabras lo que las imágenes ya sugieren por sí mismas. Hay un pasaje tan descaradamente cursi, que parece más propio de Titanic que de una épica vikinga sobre un guerrero obsesionado con la venganza.

Naturalmente, esto es producto de la interferencia del estudio, que realizó las rutinarias proyecciones de prueba y debió sentir peligro cuando, según narró Eggers a The New Yorker, hubo comentarios como que “se necesita una maestría en historia vikinga para entender algo de esta película”.

Esto dio pie a la filmación de nuevas escenas (los infames reshoots, bastante evidentes aquí) y a la creación de múltiples cortes de edición. La preocupación del estudio por recuperar la inversión en taquilla, para bien y mal, tiene un impacto en el producto final.

El hombre del norte es, lamentablemente, un caso que ilustra los perjuicios que puede traer esta interferencia en la posproducción a una obra de grandes ambiciones artísticas. La visión autoral de Eggers hace que su tercer largometraje arañe la perfección, pero son esos detalles los que le impiden alcanzar su propio Valhalla. Aunque, por otro lado, es un pequeño milagro el hecho de que esta película exista, en un panorama que condena al fracaso a casi cualquier gran producción que no venga de una franquicia establecida.

Quizá Regency encuentre una lección aquí: confiar en el cineasta. O quizá, por otro lado, Eggers se encuentre en la misma disyuntiva que Amleth y descubra que no es necesario cumplir ese grandioso destino. Quizá sea mejor volver al control creativo que brindan las aspiraciones más modestas, y que hicieron de La bruja y El faro sus tempranas obras maestras.

Si la entrevista con The New Yorker es una señal, puede que el director haya aprendido la lección de El hombre del norte: “Francamente, no creo hacerlo de nuevo. Incluso si significa no hacer una película así de grande otra vez. Que, por cierto, me gustaría hacer una película así de grande. Me gustaría hacer una todavía más grande. Pero, sin control [creativo], no lo sé. Es muy difícil para mí”.

El hombre del norte se estrena en cines mexicanos el 14 de abril. Si quieres saber más sobre la película, ver el tráiler o comprar boletos, entra a este enlace.