Películas

Crítica: ‘El teléfono negro’ y la necesidad de la violencia

¿Cuáles son los elementos esenciales de una película de terror? La constante tensión de una amenaza memorable y no del todo comprensible, dirán algunos. Otros preferirán algo menos sugerente, como violencia que no deje nada a la imaginación.

Demasiadas producciones del género toman una mezcla de las dos, le añaden un protagonista que debe luchar por sobrevivir ante un asesino o entidad maligna (a veces, una combinación de ambas cosas), y ya está. Pero El teléfono negro (The Black Phone) emplea esos elementos al servicio de un fin distinto.

La película –que llega a salas de cine mexicanas este 23 de junio– es una adaptación del cuento homónimo contenido en el libro 20th Century Ghosts, escrito por Joe Hill. La historia trata de Finney Shaw (Mason Thames), un chico inteligente pero inseguro que, durante una tarde de 1978, es secuestrado por un criminal simplemente conocido como “El raptor” (un sensacional Ethan Hawke).

Atrapado en un sótano insonorizado, Finney sólo encuentra un inusual apoyo: un teléfono negro en la pared, desconectado, pero por el que puede escuchar las voces de otros niños secuestrados y asesinados por su captor, decididos a evitar que Finney comparta el mismo destino.

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Hay, evidentemente, un elemento sobrenatural en El teléfono negro que, aunado a la perspectiva infantil desde la que se encuadra la narrativa, recuerda a clásicos literarios del terror como Eso (It) y El resplandor (The Shining), escritos por Stephen King (padre de Hill). Historias en las que el carácter sobrenatural de la amenaza pasa a segundo plano: lo primordial es que proviene de (o simboliza a) la brutalidad del mundo adulto, en tensión constante con la inocencia infantil.
El teléfono negro en la pared es el único sustento de Finney… y su vínculo con lo sobrenatural (Crédito: Universal Pictures)
Lo cual ya dice bastante de la clase de monstruo que es esta adaptación del director Scott Derrickson (El exorcismo de Emily Rose, Siniestro). Sí hay sobresaltos (los famosos y tan gastados jump scares) aquí y allá, pero estamos ante algo que se asemeja más a una historia de maduración con una lección agridulce, pero esencial.

El teléfono negro apuesta por un terror sutil

El tema central del relato es el abuso. En la escuela, Finney es acosado por otros compañeros de clase, por lo que deben defenderlo su único amigo y hasta su hermana pequeña, Gwen (Madeleine McGraw). En casa, el asunto no es diferente: debe atender a un padre alcohólico (Jeremy Davies), quien no duda en responder con violencia verbal y física a las molestias más pequeñas. Pero Finney decide no contraatacar: cuando su padre da una golpiza a su hermana (por motivos posteriormente relevantes a la trama), el hermano mayor se mantiene al margen, a pesar de una visible impotencia y frustración. El guión de Derrickson y C. Robert Cargill (Ted Bundy: La confesión final) deja claro desde el inicio que esta pasividad está teniendo impactos en otras áreas de su vida: Finney flaquea antes de ponchar al bateador en un juego de béisbol, y no logra hablarle a la chica que le gusta. Lógicamente, nada se compara con la prueba de fuego de ser secuestrado por un asesino que podría matarlo de un momento a otro. Encerrado en un sótano donde nadie más puede oírlo (cuya atmósfera opresora funciona como una metáfora de su voluntad, siempre reprimida en el interior), Finney no tiene más opción que reconciliarse con que tendrá que haber conflicto: la alternativa de defenderse es morir. La narración de El teléfono negro sigue dos aristas: la primera, con Gwen tratando de encontrar a su hermano a través de las visiones psíquicas que experimenta. Pero la segunda y más importante encuentra al protagonista confinado a un espacio pequeño, a merced de un personaje al que vemos poco.
Ambos Finney y Gwen son víctimas de abuso en sus vidas (Crédito: Universal Pictures)
Es decir, las sorpresas son pocas (y hasta demasiado convenientes en algunos casos). El corazón de la película, pues, está en esa atmósfera opresiva –impecablemente lograda por el apartado técnico de la película, más la perturbadora contribución actoral de Ethan Hawke–, en la sensación de pavor de que, al otro lado de la puerta, hay un depravado esperando a cometer actos impensables con un niño. Impensables, pero sugeridas por los rastros de violencia que vemos en las otras víctimas… o lo que queda de ellas Es aquí donde El teléfono negro emplea la violencia, no como un mero mecanismo de shock barato, tan explotado por incontables propuestas de terror, sino como algo más significativo. Se trata, primero, de un trágico legado que hay que afrontar, abrazar y del que hay que aprender, para que sus funestas consecuencias no se repitan. Y por ello viene lo segundo: cuando estos niños han perdido sus nombres, Finney se empeña en devolvérselos, rehusándose a dejar que se convierten en meras estadísticas, en el récord de un asesino serial. Es el primero de varios hechos que invitan a cuestionar cómo nos relacionamos con la violencia que nos rodea.

La controvertida idea de combatir fuego con fuego

En la superficie, la mera mención de “abrazar la violencia” puede sonar como un despropósito, en una era en la que estamos enfrentando nuevas guerras, muertes en los periódicos y noticieros todos los días, y represiones violentas por motivos de raza, religión, género y orientación sexual. Pero, quizá, ahí está el asunto. Claro, Joe Hill sitúa su historia en un microcosmos estadounidense, de una sociedad que, rota por la Guerra de Vietnam, acaba por volverse contra sí misma, para oprimir a sus propias minorías e infancias. Es un mundo muy particular, lo cual no quiere decir que la experiencia de Finney y los otros niños no sea universal: la represión y privación de las libertades básicas siguen siendo el pan de todos los días, muchas veces por la misma razón que un degenerado secuestra a un niño en la calle. A veces, resistirse y pelear es la única alternativa a morir en la injusticia: una lección amarga, si la recibimos desde la misma inocencia estorbosa que Finney. El teléfono negro es una fantástica película en la que el terror sobrenatural adopta un inusual rol benevolente, sin temor a plantear la espinosa idea de que la violencia, a veces, es más que necesaria. El teléfono negro ya está en salas de cine mexicanas. Si quieres saber más de la película, ver el tráiler o comprar boletos, entra a este enlace.
Lalo Ortega

Lalo Ortega es crítico y reportero de cine, Maestro en Arte Cinematográfico por el Centro de Cultura Casa Lamm, y ganador del 10º Concurso de Crítica Cinematográfica Alfonso Reyes ‘Fósforo’ de FICUNAM 2020. Ha colaborado con Empire en español, Revista Encuadres, el Festival Internacional de Cine de Los Cabos, CLAPPER, Sector Cine y Paréntesis.com, entre otros. Actualmente es editor en jefe de Filmelier.

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