Cine de terror: ¿nos tiene que “asustar”? Cine de terror: ¿nos tiene que “asustar”?

Cine de terror: ¿nos tiene que “asustar”?

Una queja común alrededor de cierto cine de terror es que “no asusta”. ¿Pero eso es lo que hace buena a una película del género?

Lalo Ortega   |  
6 julio, 2021 2:33 PM
- Actualizado 13 julio, 2021 9:17 AM

En todo el mundo, y particularmente en México, el cine de terror es uno de los géneros predilectos del público. Sin embargo, en años recientes, es común escuchar y leer cierta queja respecto a algunos exponentes del género por parte de sus espectadores más asiduos:

“Es que no asusta”.

La queja se refiere, claro, a cuando las películas provocan un susto o sensación momentánea de miedo, popularmente conocida como sobresalto o jump scare.

Y es fácil ver por qué: es una técnica que puede elevar la adrenalina del público tan de golpe y de manera tan sencilla, que es extremadamente popular –sobre todo entre las producciones de corte más comercial–.

Sin embargo, ¿la capacidad de “asustar” es indicativo de la calidad de una película de este tipo? ¿El cine de terror “debe” provocar sobresaltos? ¿El famoso jump scare es esencial para el género?

La respuesta, si damos un breve vistazo a la historia de las películas de terror, tendría que ser no. Pero vamos por partes.

¿Cómo nace el cine de terror?

Hay quienes argumentan que el género nació con el cine mismo, si tomamos en cuenta las reacciones del público de entonces a La llegada de un tren a la estación de La Ciotat de 1896, dirigida por los hermanos Lumière. La anécdota es famosa: el cine era aún algo nuevo, y los espectadores creían que el tren saldría de la pantalla para arrollarlos. La imagen de algo desconocido era lo que provocaba sorpresa y terror.

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Si avanzamos unos meses, nos encontramos con la que se considera la primera película de terror: La mansión del Diablo de 1896, de Georges Méliès (Viaje a la luna). El cortometraje relata un encuentro con el Diablo, con elementos de magia, transformaciones y seres que aparecen y desaparecen.

El objetivo de la película, sin embargo, era provocar asombro y no necesariamente miedo. Méliès era un ilusionista que encontró en la edición una forma para crear trucos visuales. Sin embargo, por su temática y elementos (hay un personaje que se transforma de murciélago a hombre, como un vampiro), se le considera la primera película de terror.

Fue en Alemania durante los años 20 que el cine de terror dio algunos de los pasos más significativos en su evolución. Así como el arte expresionista manifestaba la angustia existencial y una realidad opresiva de forma subjetiva, el cine expresionista hacía lo mismo con sus historias y su estética.

Dentro del movimiento expresionista, dos de las películas más relevantes son El gabinete del doctor Caligari, de 1920; y Nosferatu, de 1922. La primera, según analiza el sociólogo Siegfried Kracauer en su libro De Caligari a Hitler, era una alegoría de la mentalidad alemana después de la Primera Guerra Mundial, tierra fértil para el ascenso del nazismo. La segunda, ha sido leída como una parábola de la xenofobia, del miedo al otro.

Nosferatu, un clásico del cine de terror
La imagen de la sombra en Nosferatu ha sido una de las más influyentes –y parodiadas– en la historia del cine (Imagen: Film Arts Guild).

Ambas películas son clásicos fundamentales del cine de terror, y ninguna empleaba los sobresaltos o jump scares. ¿Qué define al género, entonces?

Dejando atrás a los icónicos Monstruos Clásicos de Universal Pictures, el crítico Steven Schneider y el productor Jonathan Penner plantean en su libro Cine de terror (Horror Cinema, 2008) que el género dio otro gran paso evolutivo en Hollywood gracias a películas como Psicosis, de Alfred Hitchcock, que cambiaron a los monstruos por seres humanos psicológicamente reales y, por ello, más perturbadores.

El siguiente paso vendría entre los 70 y 80, con producciones como El exorcista y El resplandor que, más allá de incluir elementos sobrenaturales, los utilizan para explorar temáticas como la culpa, la fragilidad humana ante lo desconocido, el alcoholismo y la violencia doméstica.

Para la segunda mitad del siglo XX, el terror en el cine había dejado muy atrás los espectros y monstruos inofensivos para expresar temáticas contundentemente reales. Como escriben Schneider y Penner:

“El terror es real. Es físico. Es la realidad que hay que afrontar. El asesino delante de uno, enseñando sus dientes de depredador a la presa. Es el cónyuge muerto en el suelo. Es la carne flácida en el espejo y el niño corriendo tras la pelota, ajeno al camión que se acerca. Es el bicho que te sale de la oreja. Son los nazis en el poder”.

Así, unen en una sola las definiciones de terror y el horror (una distinción que no existe exactamente en el inglés, pues todas son horror films): “el terror es el suspense, el miedo. La preocupación de que algo terrible suceda (…). El horror es el presagio cumplido”.

¿Cuándo llegó el jump scare al cine de terror?

Es difícil precisar el “nacimiento” de los dichosos sobresaltos en el cine, o cuándo comenzaron a utilizarse (la propia Psicosis, estrenada en 1960, tiene ejemplos de ello). Sin embargo, estadísticas del sitio Where’s the Jump señalan que la técnica del jump scare comenzó a popularizarse en la década de los 70 y alcanzó su cúspide del siglo XX durante los 80.

¿Qué sucedió en esas décadas? Fue la “edad dorada” del subgénero del terror conocido como slasher, cuyas convenciones involucran asesinos seriales, traumas del pasado que resurgen en la actualidad, y secuencias de víctimas –generalmente adolescentes– acechadas por el asesino, con muertes brutales y repentinas.

Si bien el jump scare fue empleado por otro tipo de películas de terror en ese periodo (el final de Carrie es uno de los ejemplos más famosos), se trata de uno de los recursos más empleados en el subgénero, que comenzó su auge con la original Halloween de 1978. Otros ejemplos famosos son Pesadilla en la calle del infierno y Viernes 13, también famosa por su secuencia final.

En las mismas estadísticas, el sitio Where’s the Jump señala, basado en una muestra de 250 largometrajes, que durante la década de los 80 el promedio de sobresaltos era de 9.5 instancias por película, su punto más alto durante el resto del siglo XX.

Sin embargo, durante el siglo XXI, ese promedio incrementó a más de 10 por película. “En nuestra base de datos, 21 películas tienen más de 20 jump scares”, dice el sitio. “De ellas, 13 son de la década de 2010”, lo que representa más de la mitad.

Y claro, si hablamos de taquillazos de terror, tenemos que hablar de El conjuro y su icónico susto del sótano:

Es evidente que la técnica del sobresalto funciona: El conjuro ha dado origen a dos secuelas directas más una serie de diversos spin-offs, recaudando en conjunto más de dos mil millones de dólares en la taquilla mundial, contra un presupuesto de producción inferior a los 180 millones de dólares, ínfimo en comparación.

Se trata de una fórmula que hace maravillas en taquilla, y bien dicen que “no hay que arreglar lo que no está roto”… a menos, claro, que se rompa por sobreuso.

En el mejor de los casos, el truco se gasta cada vez más, perdiendo su efectividad y convirtiéndose simplemente en un cliché que deja de sorprender, precisamente lo que tiene que lograr en primer lugar. En el peor de los casos, comienza a convertirse en la única expectativa para el cine de terror en su totalidad.

Mucho más que “sustos”

¿Esto quiere decir que el cine de terror debe disponer de los sobresaltos? Para nada. Bien usados, se trata de un recurso más que efectivo. Sin embargo, como toda técnica, debe estar al servicio de una historia y un trasfondo que sean interesantes.

Por poner un ejemplo de una película reciente que utilice el jump scare, podemos hablar de Su casa. Se trata de una película de terror psicológico que cuenta sobre una pareja de refugiados de Sudán del Sur que obtiene asilo en Inglaterra.

La película adopta el arquetipo de la casa embrujada, pero le da un giro más interesante. Los “fantasmas” que acechan a la pareja protagónica, ocultos entre los muros, son los horrores de la guerra que quieren dejar atrás. No es, pues, una casa embrujada, sino que el “embrujo” viene con ellos. Es un terror de trasfondo social.

Esa misma riqueza se puede trasladar a todos los contextos. El familiar, por ejemplo, como sucede en El legado del diablo (mejor conocida por su título original, Hereditary), película que juega con la ambigüedad para difuminar los límites entre lo sobrenatural y los peores secretos del legado familiar.

Una propuesta similar es la de Relic: Herencia maldita, largometraje debut de la australiana Natalie Erika James. Su trama es un tanto simplista en comparación a las grandes producciones del género, e incluso se puede deducir muy pronto la verdadera naturaleza del “mal” que acecha a las tres protagonistas –abuela, madre e hija–.

Temáticamente, Relic y el oscarizado drama El padre son películas hermanas, pues ambas abordan el declive mental de la senectud. Pero no podrían ser más distintas entre sí. La primera toca el tema en clave de terror, y el “monstruo” no es más que la abuela, convertida en algo más por la pérdida de su identidad.

En pocas palabras, Relic no echa mano del recurso del jump scare, sino que se vale de la atmósfera de incertidumbre y del horror de ver a un ser querido perderse en su cabeza.

Relic
El horror de Relic: Herencia maldita recae en el oscuro viaje hacia la demencia (Imagen: Tulip Pictures).

Entonces, ¿son las películas de terror sólo “películas de sustos”? Definitivamente no, pues el género ofrece una de las más amplias gamas de técnicas y temáticas para sembrar sentimientos inesperados e intensos en la audiencia.

El cine de terror no se trata sólo de asustar. Puede incomodar, conmocionar y perturbar en dosis pequeñas pero constantes, para enfrentarnos como público con lo peor de nosotros mismos desde una distancia segura. La máxima experiencia de catarsis.