Películas

Crítica de ‘Oppenheimer’: el ego del mago

“Convenciste a todos de que eres más complicado de lo que eres en realidad”, le dice Jean Tatlock (Florence Pugh) a J. Robert Oppenheimer (Cillian Murphy), en uno de los escasos momentos en el largometraje de Christopher Nolan en que el personaje titular se encuentra desnudo –física y emocionalmente. Afirmación que, con algo de ironía, puede aplicarse a la propia película, que llega a salas de cine de México este 20 de julio.

Inmortalizado por la historia como “el padre de la bomba atómica”, Oppenheimer es, a todas luces, un personaje moral y psicológicamente complejo (“el más ambiguo y paradójico” con los que ha lidiado el director en su filmografía, según él mismo explica). Para otros cineastas, pues, el camino podría haber sido hacer las cosas menos complicadas.

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Pero este es Christopher Nolan de quien hablamos. El británico no iba a crear una narrativa convencional (¿cuándo lo ha hecho?) para la que ha sido alabada como su épica más ambiciosa, de mayor metraje y magnitud tanto audiovisual como dramática. ¿Pero eso hace una buena experiencia?

Oppenheimer: el Nolan más calculador (y frío)

Experto en crear narrativas que juegan con el tiempo “en capas”, en forma de herradura y hasta intercalando tiempos distintos, Christopher Nolan es la clase de director criticado por crear películas de un modo muy “cerebral”, construidas con meticulosidad y especial cuidado a la grandiosidad de sus elementos técnicos, pero distanciadas de la emoción. Independientemente de lo que pueda pensarse sobre su filmografía previa, la afirmación nunca ha sido tan cierta como en Oppenheimer. Curiosa paradoja, dado que se trata de una película biográfica, la (supuestamente) más íntima hasta ahora en su trayectoria.
Cillian Murphy interpreta al personaje titular (Crédito: Universal Pictures)
Basada en la biografía Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, la película narra, en resumidas cuentas, el involucramiento del personaje titular en el Proyecto Manhattan que dio origen a la bomba atómica, las encrucijadas éticas y morales de su utilización, y la indagación de sus afiliaciones personales pasadas durante el macartismo, periodo en el que las lealtades del propio científico fueron cuestionadas por sus presiones para la regulación de la energía y el armamento nuclear. Es el tipo de historia que se aleja del espectáculo propio del Nolan más reciente, que se ha movido entre el thriller de ciencia ficción (Tenet, El origen) y el cine bélico (Dunkerque) en su filmografía posterior. ¿Qué hace Nolan? Fragmentar la historia, en vez de contarla en orden cronológico. Una licencia creativa común, interesante cuando se ejecuta bien (cuando menos, comparto la opinión de que Memento cabe como ejemplo), incluso necesaria para generar tensión dramática, yuxtaponer ideas y generar un discurso. El resultado, por lo menos en la superficie, es efectivo: en sus tres horas casi exactas de metraje, Oppenheimer no se detiene. Es un frenesí de acontecimientos e información que demanda atención plena. “Es un thriller como caballo de Troya para una biopic”, como diría Emily Blunt, quien interpreta a la esposa del científico, Kitty Oppenheimer. El problema es que Nolan elige esta estructura para mostrar, por un lado, la creación y desarrollo del Proyecto Manhattan. Por otro lado, cuenta de manera gradual e intercalada las consecuencias internacionales e intrigas políticas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, con el personaje de Lewis Strauss (Robert Downey Jr.) como jugador clave.
Hay momentos de humanidad cruda en Oppenheimer, pero su impacto se diluye (Crédito: Universal Pictures)
Pareciera que, para su 12º largometraje, el cineasta no logra lidiar con los límites del diálogo expositivo, uno de sus vicios más notables y objeto común de críticas hacia su trabajo. En Oppenheimer, logra el mayor de sus excesos: a pesar de su insistencia por la grandiosidad visual, opta por decir demasiado en vez de mostrar. La experiencia, más que gratificante, acaba siendo confusa y serpenteante. Peor aún: los momentos de humanidad cruda y desnuda (que no son muchos) terminan perdidos en una marea de palabras y explicaciones.

“Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba”

A lo largo de El gran truco (The Prestige), quizá una de las películas más infravaloradas de Nolan, los magos Borden (Christian Bale) y Angier (Hugh Jackman) exponen en varias ocasiones que la esencia de todo buen truco de magia es la distracción: desviar la atención del público para impresionarlo con el resultado, sin que descubra cómo se llegó a él. La paradoja con Christopher Nolan es que, si fuese un mago, sin duda sería uno muy impresionante (no es cualquier cosa representar la quinta dimensión de manera visual y comprensible en una película comercial de gran presupuesto). Pero también parece obsesionado con explicarse, quizá hasta con regodearse con su virtuosismo. Tal como en Tenet, el director abusa del diálogo expositivo con Oppenheimer: la comprensión de la intriga política, meticulosamente tejida, no debe quedar al azar. Como tampoco queda al azar, desde la promoción de su película, el cómo fue hecha: debe saberse sobre las explosiones recreadas de forma práctica y filmaciones en gran formato de 70mm.
Robert Downey Jr. interpreta a una figura central en la intriga del macartismo (Crédito: Universal Pictures)
Entre la frigidez de la técnica, la emoción se diluye tanto en los personajes como en el espectador. Desde un punto de vista audiovisual, el momento culminante de la película es indiscutiblemente espectacular. Sin embargo, dura apenas unos instantes en un metraje de 180 minutos que, en lo emotivo, nos dejan fríos. Una frialdad paradójica para uno de los momentos más cruciales en la historia humana del siglo XX. Nolan está más preocupado con los matices éticos de su protagonista, un hombre atrapado en la teoría de su ciencia y de su política, hasta que se ve orillado a ejecutarla en un escenario “entre la espada y la pared”: construir la peor invención de la humanidad antes de que los nazis lo logren. Al final, pese a actuaciones impecables y un virtuosismo innegable en casi todos los departamentos de la producción, esa distancia emocional nos deja con la profunda tibieza moral que, si bien está lejos de ser una apología, se conforma con exponer los hechos. Oppenheimer es el estudio de un personaje ambiguo y contradictorio, en los términos categóricos, robóticos y distantes propios de una clase de historia. Pero hey, esa explosión luce espectacular en IMAX.

Oppenheimer llega a salas de cine el 20 de julio. Para comprar boletos y saber más de la película, entra aquí.

Lalo Ortega

Lalo Ortega es crítico y reportero de cine, Maestro en Arte Cinematográfico por el Centro de Cultura Casa Lamm, y ganador del 10º Concurso de Crítica Cinematográfica Alfonso Reyes ‘Fósforo’ de FICUNAM 2020. Ha colaborado con Empire en español, Revista Encuadres, el Festival Internacional de Cine de Los Cabos, CLAPPER, Sector Cine y Paréntesis.com, entre otros. Actualmente es editor en jefe de Filmelier.

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