De ‘La sirenita’ a ‘Peter Pan y Wendy’ y ‘Pinocho’: el problema con los remakes de Disney De ‘La sirenita’ a ‘Peter Pan y Wendy’ y ‘Pinocho’: el problema con los remakes de Disney

De ‘La sirenita’ a ‘Peter Pan y Wendy’ y ‘Pinocho’: el problema con los remakes de Disney

Entre ‘Pinocho’ a finales de 2022 y ‘La sirenita’ en 2023, Disney ha estrenado tres remakes en live-action en menos de un año, continuando una larga y problemática tendencia.

Lalo Ortega   |  
25 mayo, 2023 1:40 PM
- Actualizado 29 junio, 2023 1:51 PM

“Seguimos avanzando, abriendo nuevas puertas y haciendo nuevas cosas, porque somos curiosos y la curiosidad nos sigue llevando por nuevos caminos”, dice una frase atribuida a Walt Disney, el hombre que cofundó en 1923 lo que se convertiría en uno de los gigantes mediáticos de este siglo y del pasado. Hoy, a más de 50 años de su muerte, estrenos como el del remake de La sirenita confirman lo que ya se sabe: hace mucho tiempo que la curiosidad y la novedad han dejado de ser el viento en las velas de este gigantesco y multimillonario barco.

Se trata de una tendencia que ya tiene largo rato. Comenzando con el estreno de Alicia en el País de las Maravillas de Tim Burton en 2010, el ratón Mickey Mouse ha encontrado una mina de oro en rehacer sus clásicos animados –muchos de ellos monolitos de la cultura popular en sí mismos– como largometrajes de imagen real, o live-action. Unos cambios aquí y allá a la trama, un par de canciones nuevas, gran presupuesto dedicado a efectos visuales y estrellas de renombre, y listo: empaquetadas como películas nuevas.

Alicia en el país de las maravillas, remake de Disney
Alicia en el País de las Maravillas, de Tim Burton, marcó el inicio de la tendencia (Crédito: Disney)

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Es una tendencia que, para bien y mal –quizá más de esto último–, se ha acentuado en los últimos años. Nada más entre finales de 2022 y lo que llevamos de 2023, el estudio ha estrenado Pinocho y Peter Pan y Wendy (ambas de estreno directo en Disney+) además de La sirenita.

Otros años han sido peores: entre salas de cine y la plataforma de streaming de la compañía, 2019 vio los estrenos de Dumbo, La dama y el vagabundo, Aladdín y El rey león (eso si no queremos contar Maléfica: Dueña del mal, secuela de lo que podría considerarse un remake de La Bella Durmiente).

Más allá de que resulta tristísimo ver a la que fue una de las máquinas creativas más poderosas de Hollywood atascada en “modo reciclaje”, la tendencia de los remakes de Disney en live-action perpetuada por La sirenita tiene otros problemas.

Primero: ¿para qué hacer un remake?

Cabe aclarar que hacer un remake no es algo malo o mediocre en sí mismo. Toda forma de arte recurre, en mayor o menor medida, a la inspiración y reinterpretación de lo que vino antes. El cine no tiene razón para ser diferente.

¿Para qué hacer un remake, entonces? No puede haber un solo motivo, pero sí podemos decir que algunos son más válidos que otros. Por ejemplo, la obra maestra de Akira Kurosawa, Los siete samurái, fue eventualmente “occidentalizada” y rehecha como Los siete magníficos.

Una adaptación para las sensibilidades occidentales que se ha convertido en vicio. A lo largo de las décadas, el público estadounidense parece haber desarrollado una alergia aguda, crónica y potencialmente mortífera al acto de leer subtítulos, y los estudios de Hollywood parecen más dispuestos a desembolsar en un remake casi idéntico de una película extranjera, que a perder dinero intentando obligarlos. No es exactamente la razón más creativa o inspiradora para rehacer una película que puede tener todo el mérito del mundo.

Un remake, pues, debería aportar algo nuevo (estético o narrativo) a la obra original, decir algo sobre ella, o tomar suficiente distancia de su referente para sostenerse por sí sola. Esto último, a veces, al grado de opacar a sus predecesoras. Para muestra, ahí están los casos de La mosca de David Cronenberg y La cosa de otro mundo de John Carpenter, por mencionar dos casos comerciales y conocidos.

Los remakes de Disney como La sirenita, en términos generales, parecen estar motivados por dos cosas: el vacío ejercicio técnico de recrear un cuento animado con personajes de carne y hueso. Esto es justificado, a su vez, por el segundo motivo, pero el más importante para una compañía mediática multimillonaria: las ganancias.

Disney le reza al dios de la Propiedad Intelectual

Marvel
Marvel proveyó un amplio catálogo de personajes listos para empaquetar y vender (Crédito: Marvel Studios)

No podríamos culpar a nadie por no recordar la última vez que Disney estrenó una película totalmente original, que no fuese un remake o una secuela de algo que ya habían hecho antes. La compañía ya no se atreve muy seguido y, cuando lo hacen, los resultados tampoco han sido los mejores (más al respecto de eso, en breve).

La enésima continuación del Universo Cinematográfico de Marvel, otro spin-off de Star Wars, una secuela o remake de algún clásico animado de Disney. Salvo contadas excepciones, esas son las producciones con las que Disney –el estudio cinematográfico más poderoso y lucrativo entre las llamadas majors– llena nuestras pantallas, tanto en el cine como en casa. Y lo hace porque funciona, lo cual, de nuevo, es un tema para después.

Si vemos los 100 años de historia de Disney como estudio cinematográfico, esto es una anomalía más que la norma. Las secuelas son comunes en Hollywood, por supuesto –si lo que quieres es ganar dinero, la lógica dicta repetir lo que funciona–, pero la Casa de Mickey Mouse parecía particularmente reacia a ellas. No comienzan a aparecer en la librería de Disney sino hasta los 90, y por lo general eran lanzamientos exclusivos en video.

Claro que la animación dejó de ser un proceso tan artesanal hace bastante tiempo, facilitado por la magia de la computación. Y el argumento de apostar por la originalidad no fue ayudado por un periodo de fracasos en taquilla durante los 2000, poco después del llamado “Renacimiento de Disney” (¿alguien siquiera recuerda Vacas vaqueras?).

En respuesta a ello, para 2012, Disney ya había añadido a su portafolio a Pixar, Marvel Studios y Lucasfilm. La compra de Marvel fue justificada por el mandato de uno de los grandes dioses mediáticos del siglo XXI: el “contenido”. “Creemos que añadir Marvel al portafolios de marcas único de Disney brindará oportunidades significativas para el crecimiento y creación de valor a largo plazo”, expresó el entonces CEO de Disney, Bob Iger.

“Disney es el hogar perfecto para la fantástica librería de personajes de Marvel, dada su habilidad demostrada para expandir la creación de contenido y negocios de licencias”, declaró el CEO de Marvel, Ike Perlmutter.

La estrategia era clara: apostar por propiedades intelectuales ya conocidas y probadas, y crear producciones alrededor de ellas para tener mayor probabilidad de éxito.

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Lo que los remakes de Disney hacen bien

Los clásicos animados de Disney no tardaron en formar parte de esa estrategia, en forma de remakes. Después de todo, así como Luke Skywalker y el Capitán América habían formado parte del imaginario colectivo durante décadas antes de ser adquiridos por Mickey Mouse, lo mismo podía decirse de títulos como La sirenita, Pinocho y La cenicienta, clásicos del cine animado por derecho propio.

¿Con esto queremos decir que todos los remakes de Disney son producciones mediocres y sin valor alguno? Es tentador afirmarlo, pues muchos de ellos francamente lo son. Pero sería una generalización muy burda e injusta para aquellas pocas reinvenciones que, por lo menos, sí intentan añadir algo nuevo a la fórmula.

La sirenita y Peter Pan y Wendy: modernizar el cuento

Incluso si, en la superficie, La sirenita en live-action recorre los mismos puntos narrativos que su predecesora, hace algunas modificaciones puntuales que modernizan el relato para las sensibilidades actuales y más conscientes.

En esta versión, Ariel (Halle Bailey) ya no es una princesa pasiva que comete un error y otros le resuelven la vida. Su relación con Eric (Jonah Hauer-King) no es sólo un mero enamoramiento, sino un vínculo construido por una genuina curiosidad por el mundo que ambos tienen en común.

La sirenita, remake live action de Disney
Hay puntos positivos en este remake de Disney (Crédito: Disney)

Claro que la nueva versión de La sirenita tiene bastantes problemas, la evidente falta de originalidad entre ellos (otro asunto que merece su propio análisis). Pero al menos tiene la virtud de intentar modificar la narrativa para presentar modelos positivos al público infantil de la actualidad. Lo mismo puede argumentarse sobre Peter Pan y Wendy, que integra un subtexto más interesante a la de por sí escueta historia del clásico animado.

Dirigida por David Lowery –el autor detrás de Historia de fantasmas y La leyenda del Caballero verde, quien ha adoptado una mentalidad de “una para ellos, una para mí” para navegar entre la escena independiente y la industria hollywoodense–, el remake de Disney+ carga sobre Wendy (Ever Anderson), y no sobre Peter (Alexander Molony), el forcejeo con la inevitabilidad del paso del tiempo. En vez de ser una simple película de aventuras, se convierte en una fábula sobre abrazar el hecho de crecer y enfrentar el futuro.

La sirenita y Peter Pan y Wendy demuestran que sí, hay espacio para proponer. Sin embargo, el principal obstáculo para que estos remakes de Disney sean más propositivos, es la propia Disney y su enorme legado.

Pinocho: cuando Disney cae por su propio peso

Por otro lado, están los remakes como Pinocho. Esta reinvención a cargo de Robert Zemeckis fracasa no por falta de proponer cosas nuevas, pues sí tiene varios añadidos. Su fracaso es dado por la tensión entre la congruencia de sus modificaciones al relato original, y su fidelidad ciega a éste. Para no caer en spoilers, basta con mencionar su equivocada concepción de “niño de verdad” al final de la película.

Pinocho de Disney
Pinocho es uno de tantos remakes de Disney incongruentes (Crédito: Disney)

Esa misma tensión se traduce a la estética de las nuevas películas, que buscan ser fieles a la expresividad caricaturesca de las originales, pero al mismo tiempo verse “realistas”.

Y quizá ese es el lastre que impide a los remakes de Disney ser algo realmente de valor. Las originales son referentes tan monolíticos, tan ubicuos en el imaginario colectivo incluso a décadas de sus respectivos estrenos –algo de lo que la compañía se ha asegurado a través de las eras del VHS, el DVD, el Blu-ray y el streaming–, que hacer algo medianamente distinto parece anatema (o demasiado “off-brand”, en términos de la sacra biblia del marketing).

Pinocho, que compartió su año de estreno con la infinitamente más original versión de Guillermo del Toro, es la perfecta manifestación del problema. Salvo las incongruentes y muy cuestionables modificaciones narrativas, el diseño de producción y las actuaciones son pensadas para emular la animación, y sólo eso. El diseño de Pinocho y la actuación de Joseph Gordon-Levitt como Pepe Grillo no son más que calcos de lo que vino antes.

¿Y por qué esto es un problema?

Ahora, decir que los remakes de Disney en live-action “no funcionan” es cuestión de perspectivas. Lo que parece mera basura comercial desde el punto de vista crítico, es una maravilla para los ejecutivos que buscan optimizar ganancias.

Aunque es difícil decir qué tan exitosos han sido los estrenos exclusivos de Disney+, los que han llegado a cines han tenido excelentes resultados en taquilla. Y una buena taquilla mantiene los cines abiertos. Controversias aparte, habrá que ver si La sirenita mantiene esa tendencia.

Dicho esto, cabe preguntarnos si, como público, no merecemos mejores películas. Disney, antes de ser el imperio mediático más grande en la Tierra, fue un estudio de animación construido sobre su capacidad para sorprendernos con su magia. ¿Por qué abandonamos nuestra capacidad de asombro, el deseo de ser emocionados por lo desconocido, en vez de ser arropados por el mediocre abrazo de una familiaridad infantilizante?

Un mundo extraño y Lightyear de Disney
Disney fracasó en taquilla en 2022 con una película original y un spin-off (Crédito: Disney)

Lo peor es que sí ha habido intentos, escasos y fallidos, de producir historias originales por parte de Disney (excluyendo las películas de Pixar, rutinariamente innovadoras y propositivas). Aunque explicable por muchos factores, el fracaso de la animación Un mundo extraño (Strange World), una producción totalmente original del estudio, fue uno de los más estrepitosos de 2022.

Pero, por otro lado, también lo fue Lightyear, el spin-off animado basado en el personaje de la saga de Toy Story. Esto parece apuntar más a las consecuencias de la disrupción del streaming en las ventanas de exhibición: si el público no estaba tan interesado en desembolsar el costo del boleto, era más fácil esperar 45 días para ver estas películas en Disney+.

En este panorama cuya sacudida sólo fue acelerada por la pandemia, Disney no ha hecho más que redoblar esfuerzos en su estrategia de derivación y reciclaje. La compañía ha anunciado Toy Story 5, Frozen 3 y la primera secuela de Zootopia. En puerta, están remakes para Blanca Nieves, Lilo y Stitch y hasta Moana, una de sus producciones animadas más recientes.

Y, de nuevo: el estudio se mantiene en esta estrategia porque le funciona, es decir, porque el público asiste fielmente a pagar el boleto a estos viajes de nostalgia y nula innovación.

Si queremos mejores historias, quizá valdría la pena que, como público, nos preguntemos por qué seguimos atascados en el mundo de los remakes y las secuelas, y por qué no hay más cabida para la originalidad en las salas de cine, donde las películas alcanzan su indiscutible esplendor.

Nuestras compras de boletos son el voto para decidir lo que llega a las pantallas, pues pagamos con nuestro dinero y, sobre todo, nuestro tiempo. Hay que utilizarlos sabiamente.