'Una película de policías': policías y ficciones
Con ‘Una película de policías’, el director mexicano Alonso Ruizpalacios (‘Güeros’) propone un juego entre el documental y la ficción para contar la historia de una pareja de oficiales.
En los segundos iniciales de Una película de policías, luces azules y rojas bañan la pantalla, acompañadas de un sonido que parece una sirena (podría ser una voz imitando una sirena). Entonces, aparece un poema firmado por el oficial Daniel Alatorre para un concurso de poesía policial:
“Oirás las sirenas cantando
Más y más cerca de aquí
Reza que no estén cantando
Esta noche para ti”
Lo que sigue es un recorrido por las calles de la Ciudad de México en punto de vista subjetivo, como si los espectadores viajáramos dentro de la patrulla, escuchando las comunicaciones por la radio policial. El vehículo se detiene para atender un llamado, y es hasta entonces que entra a cuadro una oficial, ataviada con uniforme y chaleco antibalas.
Los primeros minutos de Una película de policías, dirigida por Alonso Ruizpalacios (Güeros), funcionan prácticamente como una declaración de intenciones para el resto del largometraje, que aspira a responder de manera lúdica a la pregunta de qué significa ser un policía en la Ciudad de México. Primera barrera derribada: quizá pocos sabíamos que el cuerpo policial organiza concursos de poesía.
Al principio vemos la acción lejana, como observándola desde el asiento del copiloto en la patrulla. Pero entonces la policía regresa, vuelve a llamar por la radio, espera respuesta en vano y piensa un poco. Sin contexto previo, podría perdonarse a los espectadores menos conocedores del cine nacional por no percatarse de que la oficial es, en realidad, la reconocida actriz Mónica del Carmen (ganadora del Ariel por Asfixia).
En estas imágenes iniciales, incluso la cámara cambia su manera de moverse, delatada por un abrupto cambio en la edición. Cuando la actriz finalmente decide tomar el asunto en sus manos (hay una mujer en labor de parto y la ambulancia no llega), la cámara nos muestra los guantes de látex que toma de la guantera.
Cuando sale del auto, la cámara la sigue hasta la puerta, aunque los vecinos parecen no percatarse de que la oficial es seguida por un equipo de producción. Entonces ella habla, pero no es la voz de Mónica. Se presenta como Teresa, una oficial con años de experiencia en el cuerpo de policía de la Ciudad de México.
Una película de policías es una producción de la compañía No ficción, nombre que deja clara su especialidad. Pero llamarla meramente un documental –sería el primero en la filmografía del también director de Museo– sería quedarnos cortos. Dejémoslo como lo plantea su ficha del Festival de Berlín, donde la película fue premiada por su edición: “un audaz experimento en la borrosa frontera entre la ficción y la realidad”.
A partir de aquí, escuchamos la voz de Teresa narrando su experiencia con la policía, pero es a Mónica del Carmen a quien vemos en pantalla, sus labios en perfecta sincronía con la dueña de la historia, incluso rompiendo la cuarta pared con la misma solvencia que Deadpool o Bugs Bunny. Pronto conocemos también a su pareja romántica, “Montoya”, pero en la piel del actor Raúl Briones (también premiado por Asfixia).
Documental y ficción: la ilusión de una frontera
A mediados del siglo pasado, el antropólogo y cineasta francés Jean Rouch planteó que, en la práctica, era imposible crear un registro fílmico de la realidad que fuera cándido y espontáneo, pues los sujetos siempre estarían conscientes de la presencia de la cámara, y esto afectaría su comportamiento.
Su alternativa fue lo que llegamos a conocer como el cine de etnoficción. Rouch proponía que sus sujetos improvisaran escenas actuando como ellos mismos, en escenas que, para ellos, fueran fieles a su experiencia de la realidad.
Para el cineasta, estas construcciones ficticias de sí mismos eran más reveladoras de la realidad que cualquier filmación supuestamente objetiva sin intervención de la cámara. Esto sentó un precedente para lo que hoy conocemos como docuficción.
En Una película de policías, el de Ruizpalacios junto a Teresa y Montoya es, en parte, un ejercicio “docuficcional”: los dos últimos narran, y el primero reconstruye los eventos por medio de la producción cinematográfica.
Esto es, a la vez, una solución y una nueva barrera: en lugar de los sujetos vemos a dos actores acostumbrados a la intrusividad de la cámara, capaces de fingir que está o no está, entrenados en el arte camaleónico de mantener la máscara en una escena de acción o de romance. El artificio es palpable y lúdico, y la ficción aporta un potencial revelador que no tiene el documental (¿sería posible retratar objetivamente un episodio de depresión?).
Pero entonces queda una pregunta: ¿dónde dibujar la línea? “Para mí casi no hay una frontera entre el cine documental y el cine de ficción”, decía Rouch por aquel entonces. Y es cierto: la materia prima de una película de ficción es la realidad, mientras que una película documental selecciona qué fragmentos de la realidad utilizar por medio del encuadre y el montaje, mecanismos asociados con la ficción.
Y hasta podríamos decir “¿qué importa?”. Las historias de Teresa y Montoya son apasionantes, divertidas, y llegamos a simpatizar con ellos incluso ante los sobornos que confiesan haber recibido.
Pero más adelante en Una película de policías, Ruizpalacios rompe con la narración y nos hace más conscientes del acto de ilusionismo: la cámara sigue filmando cuando la luz se va durante el rodaje y los actores deciden tomar un descanso. Así arranca un episodio dedicado a conocer los prejuicios, experiencias y frustraciones de Mónica y Raúl al infiltrarse en la policía, en preparación para la película.
Una película de policías es su propio making of
Incluso sin poder filmar su entrenamiento al interior de la academia de policías, lo que relatan ambos actores no sólo es interesante, sino que hace eco de una realidad evidente de la policía mexicana. Mónica del Carmen menciona que la mayoría de los cadetes son de piel morena y de condiciones socioeconómicas adversas. Raúl Briones admite un sentimiento que compartimos varios: la policía no le inspira seguridad, sino desconfianza.
Aquí, Ruizpalacios comienza a exponer la realidad sistémica de la policía en la Ciudad de México, intercalando con imágenes de los histriones preparándose para sus papeles. Los vemos entrenarse físicamente y viendo los videos de los verdaderos Teresa y Montoya, ensayando en sus modos de hablar hasta conseguir imitarlos perfectamente.
Este episodio de Una película de policías es, en parte, su propio detrás de cámaras: es el mago desmontando su propio truco, paso por paso. Y no es que no sea interesante, pero dadas las revelaciones que Teresa y Montoya hacen después, el desenlace de la película no deja de ser incómodo.
Es innegable que los organismos policiales existen en medio de una red de complejidades de carácter social, económico y político que sería imposible desenmarañar en una sola película. Pero en un mundo en el que #BlackLivesMatter sigue ocupando los titulares internacionales recurrentemente, y en un México en el que siete de cada 10 personas detenidas han sufrido abusos por parte de la policía (resultando en la muerte, en varios casos), la narrativa construida por Ruizpalacios sorprende por su tibieza casi apologética.
Llegado este punto, en retrospectiva, la historia que nos han contado Briones y Del Carmen ya no sólo es divertida, pues somos conscientes de los mecanismos que la crearon. Más allá de cuestionarnos cuánto de ello es verdad y cuánto se omite, cabe preguntarnos qué tanto de lo que se cuenta es una versión idealizada e, inevitablemente, limitada.
Cuando menos, esta película nos deja con estas preguntas, con un ludismo cinematográfico pocas veces visto en nuestra cinematografía, y con un par de protagonistas falibles, humanos. Simpaticemos con ellos, pero no dejemos de cuestionarlos.
Una película de policías se exhibe en algunas salas de cine mexicanas por tiempo limitado, y llega a Netflix el 5 de noviembre.
- Si te interesa Una película de policías, lee también: Sobre ese universo llamado cine mexicano
Lalo Ortega es crítico de cine. Ha escrito para publicaciones como EMPIRE en español, Cine PREMIERE, La Estatuilla y más. Actualmente es editor en jefe de Filmelier.
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