Películas
Crítica de ‘El hombre de los sueños’: manual de autodestrucción
Con un contenido Nicolas Cage, ‘El hombre de los sueños’ es una ácida deconstrucción de la fama y su lado más desagradable. Checa la crítica.
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Alex Garland entrega en ‘Guerra civil’ una distopía cuyo espectáculo contraviene a sus intenciones. Checa la crítica a continuación.
Es curioso que el cineasta Alex Garland (Ex-máquina, Aniquilación) hable de su nueva película, Guerra civil (Civil War) –en cines mexicanos desde el 11 de abril– en términos de cine antibélico. ¿La razón? Porque tiene sorprendentemente poco qué decir sobre la guerra en sí misma.
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“Por medio de la fotografía (…) entablamos una relación de consumo con los acontecimientos, tanto de los que son parte de nuestra experiencia como los otros, y esa distinción entre ambos tipos de experiencia se desdibuja precisamente por los hábitos inculcados por el consumismo.”Susan Sontag, Sobre la fotografía (1977)Comencemos por el hecho de que los protagonistas de Guerra civil no son militares ni rebeldes, sino periodistas y fotógrafos. Está Joel (Wagner Moura, Narcos), periodista que une fuerzas con la renombrada fotógrafa Lee Smith (Kirsten Dunst, El poder del perro) para emprender el peligroso viaje en auto a Washington, D.C., esperan entrevistar al atrincherado presidente (Nick Offerman, The Last of Us). Se suman al viaje el veterano periodista Sammy (Stephen McKinley Henderson, Duna) y la joven Jessie (Cailee Spaeny, de Priscilla), quien aspira a ser fotógrafa de guerra profesional. Es interesante, también, el hecho de que Garland estructura su guión como una road movie, quizá el género cinematográfico más estadounidense después del wéstern. Y como toda road movie, ha de ser un retrato a grandes pinceladas de la realidad contemporánea. Si Easy Rider fue una mirada retrospectiva al fracaso de la contracultura de los 60, aquí el director ve hacia un futuro hipotético, en teoría cercano pero plausible, donde la polarización interna ha traído las mismas consecuencias que los Estados Unidos han exportado a otros rincones del mundo. Garland plantea, por medio del personaje de Kirsten Dunst, una pregunta existencial sobre el periodismo: “Cada vez que sobrevivía a una zona de guerra, creía que estaba enviando una advertencia a casa: ‘no hagan esto’”, se lamenta ella en una escena. “Pero aquí estamos”. Podría pensarse que el grupo de periodistas emprende el road trip más jodido del mundo, como si alguna verdad estuviese aguardando en Oz, al final de un camino amarillo regado de cadáveres, sangre e incontables familias desplazadas. Pero no: el trabajo periodístico –según nuestros personajes– no está en reflexionar, sino en comunicar para que otros reflexionen. En la teoría periodística, el amo al que sirven los periodistas es “la verdad”, un ideal abstracto que, luego de ser filtrado por inevitables sesgos ideológicos, se traduce en “la noticia”, el acontecimiento del momento. En Guerra civil, podría pensarse que es así: nuestros héroes corren contra el tiempo para conseguir una declaración del presidente antes de su inminente captura. Pero la forma en que Garland los escribe y filma denota otras intenciones. El personaje de Wagner Moura, por ejemplo, parece ejercer el periodismo casi por deporte, en busca del siguiente golpe de adrenalina. El de McKinley Henderson parece estar en un viacrucis, el periodista veterano persiguiendo la noticia de su vida, en parte por el deber de informar, en parte para coronar una carrera ralentizada por la vejez. Spaeny es el sustituto de la audiencia en Guerra civil, una Dorothy destinada a ver la inocencia de su mirada fotográfica corrompida por las verdades de la crueldad y la violencia. Es ella quien transita el camino desde la noble vocación periodística hacia el hambre por alimentar la bestia informativa. A través de ella, se despiertan preguntas sobre el propósito del periodismo de guerra en sí. ¿De qué sirve la advertencia de las imágenes más brutales, calculadas para capturar el momento preciso de la muerte, si ya es demasiado tarde para la reflexión?