Crítica de ‘El hombre de los sueños’: manual de autodestrucción Crítica de ‘El hombre de los sueños’: manual de autodestrucción

Crítica de ‘El hombre de los sueños’: manual de autodestrucción

Con un contenido Nicolas Cage, ‘El hombre de los sueños’ es una ácida deconstrucción de la fama y su lado más desagradable. Checa la crítica.

Lalo Ortega   |  
15 mayo, 2024 6:18 PM
- Actualizado 23 mayo, 2024 11:01 PM

Tardé un poco en darme cuenta que El hombre de los sueños (Dream Scenario) –que llega a salas de cine mexicanas este 16 de mayo– era también una película del cineasta noruego Kristoffer Borgli, responsable por el inclasificable falso documental Energízate con Drib y la fenomenal sátira con acentos de horror corporal, Enferma de mí.

Con ese hecho en mente, hasta podríamos decir que, con sus tres largometrajes dirigidos hasta ahora, Borgli ha creado una trilogía cáustica sobre la necesidad casi compulsiva de la humanidad posmoderna por obtener atención. El cineasta retrata sociedades que valoran el mérito y la fama a toda costa, cuya búsqueda, lleva a sus últimas consecuencias, puede ser tan idiota como escalofriante.

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Lo interesante de El hombre de los sueños, es que Borgli abandona las celebridades de redes sociales y narcisistas patológicos de sus películas anteriores, en favor de una historia protagonizada por su extremo opuesto. O que parece serlo en la superficie, al menos.

El (cuestionable) arte de vivir como cebra

El hombre de los sueños es la historia de Paul Matthews (Nicolas Cage, manteniendo su segundo aire), que no podría ser un hombre más distinto a los otros protagonistas de Borgli. Es un profesor de biología con una personalidad gris, una actitud pasiva ante la vida, frustrado en sus aspiraciones. Quiere (o eso dice) escribir un libro, pero apenas tiene el carácter suficiente para hacerse respetar entre colegas.

Sin embargo, su vida y la de su esposa (Julianne Nicholson) e hijas (Jessica Clement y Lily Bird) da un giro radical cuando, de la nada y sin explicación racional alguna, Paul comienza a aparecer en los sueños de millones de personas en el mundo, sin haberlas conocido o haber sido visto por ellas jamás.

El hombre de los sueños, debe advertirse, no se inquietará con ofrecer explicaciones para su fenómeno detonante, pues su objetivo es otro. Paul podría no parecer el típico protagonista de Borgli, pero se convierte en uno a la menor provocación: otrora reprimido y pasivo, abraza su viralidad onírica y accede a ser objeto de artículos en internet, entrevistas en TV, fotos con sus alumnos, e incluso a reunirse con una agencia de publicidad que ya lo tiene todo planeado para capitalizar su fama. El paquete completo para la celebridad total y efímera de nuestros días.

El hombre de los sueños (Dream Scenario)
La industria mediática no tarda en intentar explotar al protagonista de El hombre de los sueños (Crédito: Zima Entertainment)

Todo parece ir bien, hasta que deja de estarlo. Inexplicablemente, el pasivo Paul de los sueños se vuelve violento, desatando una pandemia de aterradoras pesadillas que, naturalmente, engendra un pánico colectivo –mundial– hacia su persona en la realidad.

El propósito de la piel de las cebras, argumenta Paul en una de sus clases al inicio de la película, no es camuflar al individuo en el entorno, sino en la masa de la manada. Si una cebra se atreve a levantar la cabeza, destacará y se convertirá en objetivo del depredador.

El escenario que nos pinta El hombre de los sueños, sin embargo, es uno en el que el protagonista no sólo levanta la cabeza, sino que abandona la manada de manera tan radical, extrema –e involuntaria– que es sometido a un nivel de atención sin precedentes. Borgli parte de aquí para arrojar luz no sólo sobre la psique de su personaje, sino también para comentar sobre el estado de nuestra cultura mediática.

Las paradojas de la pasividad y la responsabilidad

Quizá la gran paradoja del protagonista de El hombre de los sueños es la naturaleza de su fama y su actitud hacia ella. Aunque la desea en su interior, no la busca activamente. Cuando llega a él y la abraza, pierde todo el control sobre lo que sucede después.

Él mismo, puede argumentarse, no es responsable por ejercer la violencia onírica que se desencadena, pero tampoco toma cartas en el asunto cuando el fenómeno comienza a afectar su vida y la de su familia. Su pasividad –e indisposición para cambiarla– es la receta perfecta para su autodestrucción.

Y más allá que profundizar en la explicación del fenómeno en la película (una forma extrema de inconsciente colectivo jungiano), Borgli parte del mismo para comentar sobre temas como la cultura de la cancelación y de la apropiación, explotación y consumo de la imagen en los medios de comunicación digitales.

En el mundo de El hombre de los sueños –como en el nuestro, hoy mismo– una persona pasa a ser mercancía de consumo en el momento en que es captado por una cámara que genera fotos o vídeos. Ha de convertirse en un enajenado meme, reproducido ad infinitum en internet, intercambiado incontables veces por WhatsApp hasta llamar suficiente atención para poder ser explotado comercialmente, y eventualmente desechado al concluir su efímera “vida útil”. Sea por vía de la llamada cancelación, o porque sólo nos hemos aburrido de él.

Nicolas Cage en El hombre de los sueños (Dream Scenario)
El hombre de los sueños explora los riesgos de la fama en nuestra cultura mediática actual (Crédito: Zima Entertainment)

Al final, las de Borgli son distopías contemporáneas: no hace falta hablar de un “futuro no muy lejano”, cuando ya las vivimos ahora. Desde Amir Asgharnejad en Energízate con Drib a Signe (Kristine Kujath Thorp) en Enferma de mí y, hasta cierto punto, Paul en En el hombre de los sueños; estamos ante protagonistas ansiosos por entregar su dignidad y humanidad a cambio de los cinco minutos de fama en el infinito universo de pantallas, que les traerá la añorada ilusión de aceptación.

Todos ellos pierden el control: de su imagen, de su reputación, de sus identidades. ¿Quién es responsable de lo que sucede después, cuando ya ni siquiera se pertenecen a sí mismos? Quizá habrá que señalar al pobre desventurado que se mete en los sueños de la gente sin querer. ¿O será culpa de los soñadores tienen la responsabilidad sobre lo que sueñan? O, quizá, también hay que ver a las industrias que construyen nuestros imaginarios, y que pretenden decirnos qué pensar, qué consumir y qué soñar.

Cuando menos, cabe pensar que la razón por la que no han puesto publicidad en nuestros sueños, es porque no han encontrado la manera.

El hombre de los sueños ya está en cartelera. Compra tus boletos para verla en cines.