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Crítica de ‘Enferma de mí’: cuando se juntan el narcisismo y las ganas de mirar
‘Enferma de mí’ es una ácida sátira que lleva al extremo el culto a las apariencias. Checa la crítica.
Bien dicen que nada peor que cuando se juntan el hambre con las ganas de comer. O, lo que es lo mismo en la perversa Enferma de mí, nada peor que se junten el narcisismo con la compulsión casi patológica de nuestra sociedad por mirar y medirlo todo en función de su reputación e imagen cuidadosamente curada en redes sociales.
Y me refiero, por un lado, al narcisismo en la acepción clínica de la palabra, que es lo que vemos en sus protagonistas, Signe (Kristine Kujath Thorp) y Thomas (Eirik Sæther). Pero por el otro, habría que hablar también de su versión “descremada”, aquella que se usa con soltura para hablar de un gusto exagerado por las selfies.
Porque, en una cultura que propicia lo segundo, lo primero sólo se vuelve más grave. Y lo divertido de Enferma de mí es que lleva los desfiguros de su protagonista a extremos que logran dar, al mismo tiempo, bastante risa y pena ajena.
Enferma de mí viaja a extremos ridículos
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La película dirigida por Kristoffer Borgli, estrenada en Cannes 2022, sigue a la pareja formada por Signe y Thomas. Ella es una modesta barista en una cafetería. Él es un artista conceptual que hace esculturas con muebles robados. No son de lo más cariñosos el uno con el otro (mucho menos él con ella), pero el meollo del asunto es que, conforme él empieza a tener más éxito y atención, ella se pone celosa. Esto conduce a Signe a tomar conductas cada vez más desquiciadas. Cuando Thomas logra abrir una exposición, ella finge una reacción alérgica en el brindis. Y cuando obtiene cinco minutos de fama al evitar el ataque de un perro agresivo a una persona en la cafetería, ella intenta provocar a otro perro días después. Pero el tren se descarrila cuando, hambreada de atención, Signe lee sobre Lidexol, una medicina rusa que ha sido retirada por provocar efectos secundarios en la piel, y decide comprarla ilegalmente. Cuando la enfermedad cutánea se manifiesta, ella se convierte en una especie de celebridad, mientras que Thomas decide pasar más tiempo con ella como resultado.
Vale la pena guardar las sorpresas de lo que sucede después, pero basta con decir que Enferma de mí lleva a sus personajes a extremos tan divertidos como indignantes y grotescos, ayudada de tan solo una pizca de body horror. Cuando pensamos que no es posible que caigan más bajo, desafían nuestras expectativas sobre lo que es posible para llamar la atención.
La trampa del narcisismo
Quizá uno de los problemas con la narrativa de Enferma de mí es que no brinda mucho contexto o trasfondo para explicar por qué Signe y Thoma son tan horribles, tanto como individuos como el uno con el otro. Pero en un mundo donde el egocentrismo y el narcisismo alcanzan niveles tan alucinantes, quizá no hace tanta falta. La cultura del ego, de la vida híper filtrada por las redes sociales, por las fake news diseminadas por Facebook y las fotografías de influencers minuciosamente producidas en Instagram, son cosa del día a día. Tampoco se necesita mucho para entenderlo. La consecuencia necesaria de llevar las cosas tan lejos es que, al final –y paradójicamente–, no se acaba llegando a ninguna parte. En ese sentido, Enferma de mí se queda en el espectáculo macabro del schadenfreude. Cuando un caso de narcisismo es tan profundo que no tiene solución, no queda más que mirar la destrucción y ¿divertirnos? Como quien mira desde el celular a un idiota haciendo el ridículo, alimentando su ego con reproducciones del video.