Crítica de ‘Todos somos extraños’: sanar al niño interno Crítica de ‘Todos somos extraños’: sanar al niño interno

Crítica de ‘Todos somos extraños’: sanar al niño interno

‘Todos somos extraños’ emplea elementos modestos de fantasía en una trama sobre amor, dolor y sanación. Checa la crítica.

Lalo Ortega   |  
27 febrero, 2024 6:19 PM
- Actualizado 4 marzo, 2024 4:44 PM

¿Qué pasaría si pudiéramos conocer a nuestros padres cuando eran jóvenes (o, por lo menos, a la misma edad que tenemos ahora, sea cual sea?). Claro, hay películas como Volver al futuro que responden esa pregunta desde la comedia. En ese sentido, su contraparte tendría que ser Todos somos extraños All of Us Strangers–, drama que llega a salas de cine de México este 29 de febrero.

Ahí se acaban las similitudes. Como bien sabrán quienes hayan escuchado sobre la película (o estén familiarizados con la capacidad de Paul Mescal para romper nuestros corazones colectivos), aquí el asunto va mucho más allá de la gracia de ver a papá y a mamá cuando no sabían nada de la vida.

Todos somos extraños: historias de hombres rotos

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La película, dirigida y escrita por Andrew Haigh (45 años, Apóyate en mí) se centra en Adam (Andrew Scott), un solitario guionista que vive aislado, en una torre de departamentos a las afueras de Londres. El enorme edificio está desierto: su único vecino es Harry (Mescal), quien hace un ebrio intento por conocerlo y acercarse a él. Adam, sin embargo, lo rechaza: no está en disposición de abrirse a nadie.

Sin embargo, al estar atascado con un guión, decide abandonar su fortaleza de la soledad por un día y viajar para visitar la casa en la que creció, antes de que sus padres murieran. Pero al llegar, para su sorpresa, lo reciben su padre (Jamie Bell) y su madre (Claire Foy), tal como los recuerda. Ellos lo reconocen como su hijo y lo invitan a cenar. Al volver a su departamento, Adam decide comenzar a abrirse con Harry.

Todos somos extraños (All of Us Strangers)
En Todos somos extraños, un joven hombre se encuentra con sus padres, que murieron cuando era niño (Crédito: Searchlight Pictures)

Todos somos extraños no invierte esfuerzos en esclarecer los cómos o los por qués, si lo que sucede es una visión, un sueño, una alegoría o la realidad del personaje. No importa, porque el objetivo es otro. Haigh logra dar credibilidad al asunto con una sólida dirección de sus actores, repletas de expresiones sutiles y emociones profundas para transitar sus verdades desconocidas. Adam, como se establece desde el inicio, es gay. Hay traumas implícitos en su reafirmación, y la aceptación externa no es tan fácil.

Terminar la tristeza infinita

Lo que Adam encuentra quizá no es tanto aceptación, pero sí entendimiento, en su vecino y eventual pareja romántica. Pero primero han de abrirse el uno al otro, y Haigh elige retratar su aislamiento emocional con elegantes metáforas visuales, que si bien son frías en sus composiciones y colores, no lo son en su emotividad. Estos son personajes que viven aislados por los marcos de sus ventanas, viajan acompañados sólo por sus propios reflejos en el elevador, o atrapados en carros apartados del tren. Poco a poco, los espacios podrán abrirse, los colores serán más cálidos.

Todos somos extraños nos presenta la idea de que, para abrir el corazón, primero hay que sanar el nudo que lo ata. Cosa nada fácil cuando el nudo está hecho de represiones tácitas, miedos crónicos, traumas escolares y arrepentimientos asociados a la propia esencia del ser, y que parecen quedarse para siempre. ¿Qué será peor: perder a los padres antes de que se enteren de la orientación sexual de su hijo, o poder trascender a la muerte para enfrentar el miedo de confesarlo y ser rechazado?

Todos somos extraños (All of Us Strangers)
Todos somos extraños está repleta de bellas metáforas visuales (Crédito: Searchlight Pictures)

La belleza de la película radica en todas estas preguntas hipotéticas que, visión o no, metáfora o no, sueño o no; han de consolidarse en la realidad como una reconciliación en el propio corazón. Todos somos extraños nos recuerda que es posible sanar, incluso cuando los otros ya no están.

Haigh logra aterrizar su relato fantástico gracias a las profundas emociones de sus personajes, con maestría particular de Andrew Scott, quien carga la película en sus hombros. Esa emotividad es casi rota por la forma en la que el director decide retratar dos momentos específicos del tercer acto, casi rozando con un terror sutilmente cósmico.

Sin embargo, en general, su inmensa belleza sale bien librada de estas decisiones un tanto cuestionables. No olvides llevar algo para secar las lágrimas.

Todos somos extraños llega a salas de cine el 29 de febrero.

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